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‘El caos de la reproducción humana’, por Juan Ferrero

En el escrito se apuesta porque la profesionalización de la reproducción y crianza del ser humano disminuiría el dolor y sufrimiento de la especie en general.

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Bebé

El artículo que viene a continuación pudiera parecerle a algunos una chifladura. No obstante, sin dejar de respetar la opinión del amable lector, sugiero que este se desprenda (si es que los tiene prendidos) de esos prejuicios culturales que se nos van pegando durante nuestra vida y que asumimos como dogmas sin cuestionarlos lo más mínimo.

En  el escrito se apuesta porque la profesionalización de la reproducción y crianza del ser humano disminuiría el dolor y sufrimiento de la especie en general.


El concepto libertad es esgrimido por algunos con demasiada ligereza y sin pensar en el bien común, y por los poderosos, a veces, para corromper y pervertir a la población.

Dicho esto, hay que recordar que en el medievo cristiano se hizo mucho hincapié en que este mundo es un valle de lágrimas. Y, efectivamente, así es. Basta abrir una mañana la ventana y mirar al mundo e imaginarse cuántos casi infinitos seres vivos tendrán que sufrir y morir ese día para que sobrevivan otros.

Al ser humano también le toca padecer el sufrimiento, aunque con grados y con altibajos. ¿Cuáles son las fuentes del sufrimiento humano?

Principalmente dos:

1.- Las propias leyes por las que se rige la Naturaleza, que limitan y obligan a la persona a ejercer una actividad forzosa para sobrevivir y alcanzar cierta seguridad y bienestar; leyes que le acarrean accidentes, enfermedades y la inevitable muerte.

2.- La política, entendida como modo de organizarse los individuos para convivir colectivamente.

Dentro del sistema político que se escoja, existe un factor de vital importancia que influye decisivamente en el grado de padecimiento humano. Se trata de la educación de los individuos.

La educación de las personas, a su vez, se lleva a cabo en dos ámbitos: la familia y el entorno social que le rodea. Nos centramos en esta ocasión en el primero.

Si las familias educaran correctamente y la sociedad que les rodea reforzara esa formación, la comunidad se libraría de un porcentaje elevadísimo de dolor y sufrimiento.

¿Pero qué observamos en el mundo?

Que los padres no saben educar ni tienen tiempo para ello. Y resulta chocante comprobar cómo para cualquier actividad social se exige un título o certificado que avale cierta aptitud, mientras que para engendrar hijos a nadie se le requiere algo.

Está muy extendido el argumento de que el amor a los hijos es suficiente para educarlos bien, mas no es cierto. El instinto les puede servir a los animales silvestres, pero no a las personas. Los niños y su entorno son demasiados complejos como para que únicamente se puedan educar con el instinto.

La sociedad que quiera aumentar su calidad de vida en común habrá de profesionalizar y controlar la reproducción y educación de la especie. La comunidad  seleccionará a aquellos individuos que considere adecuados para esta función. Sólo podrán ser padres quienes reúnan las condiciones físicas, psíquicas y de formación que se consideren necesarias. Ser padres se convertirá en una carrera o profesión con años de estudios y pruebas que los candidatos se verán obligados a superar.

La comunidad tendrá que controlar tanto el número de personas autorizadas para ser padres como el número de hijos que convenga en cada momento a esa comunidad o sociedad (En la actualidad, por ejemplo, el Planeta se encuentro sobrepoblado y el ritmo de reproducción amenaza un desastre).

La profesión de padre y madre estará dotada de un sueldo y una dedicación exclusiva.

Y ahora un ejemplo: Imagínense un paciente en un hospital esperando ser operado del corazón a vida o muerte. Imagínense también que entra alguien sin conocimientos médicos ni de cirugía y se pone a operar por su cuenta.

¿Quién aprobaría este hecho?

Nadie, porque se estaría jugando con la vida de una persona.

Pues también se juega caprichosamente con la vida de las personas cuando se traen a este mundo sin encontrarse preparado para su crianza y educación; a lo que hay que añadir el posible perjuicio que se ocasiona al resto de la comunidad.

Así pues, en esta sociedad que se propone habría dos tipos de relaciones sexuales: el sexo recreativo, para todas las personas en edad de ser responsables, y el sexo reproductivo, únicamente para individuos destinados a ser padres y madres.

¿Y qué hacer con las personas que no respeten este acuerdo social y engendren hijos?

Siguiendo el ejemplo anterior, ¿cómo actuaría el equipo médico si sorprendiera  al espontáneo metido a cirujano? ¿Le permitiría terminar la operación? ¿Por qué no?

La situación sería equivalente a la de aquellos padres que fueran sorprendidos con un hijo ilegal. ¿Se les permitiría continuar su educación?

Obviamente, no; y por las mismas razones que el equipo médico no permitiría continuar con la operación al intruso.

Aquellas personas que engendraran sin estar autorizados a ser padres, tendría que ser sancionados y sus hijos dados en adopción a los especialistas.

El contenido del presente escrito se halla muy esquematizado. Soy consciente de que habría que detallar y concretar más su desarrollo, pero ello no es posible aquí por falta de espacio.

De todos modo, quiero terminar diciendo que, por más que se niegue, una sociedad no posee libertad ni bienestar JUSTO si no se dota a sí misma de un orden, una disciplina y un control (entre ellos el de la reproducción de la especie); lo contrario supone el caos y el sufrimiento INJUSTO de, al menos, parte de esa sociedad.

Quedaría ahora por definir el segundo ámbito de la educación (el entorno social que rodea a la familia) que marcará la ideología y los valores a cultivar, sincronizando el ámbito social con el familiar. Pero eso sería ya objeto de otro artículo.

Juan Ferrero

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‘Caminata a la lucha y la reivindicación’, por Francisco Carrillo

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'Caminata a la lucha y la reivindicación', por Francisco Carrillo

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar (Antonio Machado)

Aunque ya lleva un corto camino recorrido, el jueves noche, en claro acuerdo con la luna llena, la plataforma “Unidos por el Agua” escenificó su primer acto tras su legal constitución. Al atardecer de El Viso, aunando el sol poniente y la luna naciente, se congregaron un par cumplido de cientos de personas de toda edad, condición y procedencia en extramuros para una caminata. La aspiración era clara y sencilla: dar visibilidad a la plataforma, hacer ejercicio sano, comer un bocadillo en comunión reivindicativa y disfrutar de nuestro cielo con una luna espectacular.

Y el destino de ella, como todas las cosas importantes de la vida, sin nombrarlo, era la razón de nuestra procesión de zapatilla y mochila. Su nombre reverbera, una y otra vez, en las conversaciones de Los Pedroches y, supongo, el Guadiato: La Colada. El pantano olvidado, rescatado de ese pozo para intentar convertirlo en lugar emblemático de disfrute de la naturaleza y al que la realidad, que todos conocíamos y nadie quería reconocer, lo empujó a la sima del oprobio público: su agua está contaminada, incompatible en parte con la vida.

Pero aún así, anoche a su vera, en una orilla oscura como nuestro futuro, aún así, esa agua está salvando al norte de la provincia. Y de alguna forma a sus representantes, pues si la suerte de la Colada hubiera sido la misma que Sierra Boyera, se podría asegurar que los centenares de anoche serían miles muy cumplidos. Quizá coléricos. Quizá envalentonados con el arrojo del que nada más tiene para perder.

Ayer salía la noticia de que Andalucía aún tiene 4500 millones de euros de fondos europeos sin ejecutar. Si esto es así, se me ocurre de primeras un par de actuaciones imprescindibles, urgentes y justas en los Pedroches y Guadiato. Tenemos una ruina encima y, aunque el dinero no la pueda reparar en su totalidad, si puede ayudar a que sea, al menos, soportable.

Hago desde aquí un ruego a todos nuestros representantes políticos para reunirse ya, armarse de buena voluntad y hacer, de una buena vez, algo por una tierra secularmente olvidada y castigada.

Por favor.

Francisco Carrillo Regalón

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‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero

“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”

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Naranjo, naranja

El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.

El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.

El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.

Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.

La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.

El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.

El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:

Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.

Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?

Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.

Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?

Pero no.

El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.

Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.

Juan Ferrero

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‘Suben las gasolineras y baja el servicio’, por Juan Ferrero

“Los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente”

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'Suben las gasolineras y baja el servicio', por Juan Ferrero

A veces, puede comprobarse lo fácil que le resulta a las clases dominantes conducir a la masa popular sin que esta proteste lo más mínimo.

Estamos quejándonos constantemente de la carestía de la vida por todas partes y luego llegamos a la gasolinera y le decimos a los empleados que sirven en los surtidores que se quiten de allí y se vayan al paro, que ese trabajo lo vamos a realizar nosotros de modo gratuito.

El asalariado, al que le habrán exigido al menos un cursillo o jornadas para que lleve en cuenta las más elementales normas a la hora de manipular sustancias inflamables y, por lo tanto, peligrosas, se marchará a engrosar la lista del paro, mientras nosotros nos bajamos del vehículo y, “generosamente”, tomamos el surtidor sin tener en cuenta los perjuicios que eso puede acarrearnos. Unas manchas en la indumentaria, por ejemplo, inutilizarían nuestras prendas de vestir. ¿Y quién pagaría eso?  En ocasiones, ni el dinero solucionaría el problema, como el caso en que las circunstancias y el tiempo, en pleno viaje, no permitiera el cambio de indumentaria; por no citar descuidos propios o con elementos y personas de acompañamiento o ajenas que se hallen junto a los mismos surtidores.

Resumiendo: los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente. Porque, que nos conste, ni sindicatos, ni partidos, ni Ministerio de Consumo, ni el público en general dicen o hacen algo al respecto.

En  la vida cotidiana pueden darse abusos frente a los cuales poco puede hacer el individuo solo. Pero no es este el caso porque, por fortuna, aún existen gasolineras atendidas por sus empleados, y yo, mientras  sea posible, únicamente acudiré a estas (subrayo lo de “sea posible” ya que tampoco es caso de quedarse en la carretera sin carburante por no pararse en la gasolinera de autoservicio). Pero una cosa no quita la otra; todo es cuestión de prever y calcular.

Juan Ferrero

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