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‘Nací viendo pasto desde mi balcón’, la opinión de Antonio López Pozuelo

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Fotografía aérea de Pozoblanco

[Artículo de opinión de Antonio López Pozuelo en referencia a la modificación del Plan Parcial PPR2A planteado por el Ayuntamiento de Pozoblanco]

Hace ya más de 28 años que nací viendo pasto desde mi balcón. Nací prácticamente en el límite norte del pueblo, en el Hospital Comarcal y viví entre la Calle Juan del Rey Calero e Hilario Ángel Calero, justo en la misma zona. En aquella época el hospital estaba rodeado por un muro por delante y por pasto por detrás, el teatro El Silo no existía y lo que allí había era un solar cuyo edificio, el del silo de pienso, estaba en estado ruinoso; por encima, donde ahora está el Parque Aurelio Teno, solo había arena y más allá era campo, con sus moreras donde coger hojas para alimentar a los gusanos de seda, más ratas de las deseadas y alguna que otra serpiente; tan solo había algunas edificaciones cercanas al Hospital en la parte media-baja de la avenida El Silo y, alguna más suelta antes de llegar a la ermita de San Antonio.

Por encima del otro paseo, el Marcos Redondo, solo estaban los institutos y el edificio sin reformar de “la salchi”, incluso seguía por allí algún resquicio de las edificaciones propias por donde pasaba la vía del tren; todo era pasto y cercados con algunos caballos, incluso el olor a alpechín era casi insoportable en la parte baja de dicho parque, ya que se encontraba allí la que yo conocí como la fábrica de aceite de “los ochentas.”

No he vivido como era Pozoblanco anteriormente ni conozco donde tenía exactamente sus límites físicos donde ya se podía diferenciar entre calle y camino, entre parcela para hacer una casa y cercado para animales. Estos 28 años Pozoblanco ha crecido hacia el norte, ha crecido hacia la zona de San Antonio y La Salchi, por lo que se podría decir que “el tío las pelotas” ya no es el centro del pueblo. Si nos fijamos, poco o nada se ha edificado más allá de barriadas como los Llanos y San Bartolomé, tan sólo la gasolinera, el Recinto ferial y la Ciudad Deportiva destacan como nuevas edificaciones. La zona del “ciento” no ha cambiado y justo más allá de la plaza de toros ya salimos del perímetro de la localidad encontrando caminos.

Todo hace ver que de forma natural, o al menos para mí es natural ya que lo llevo viendo los 28 años de mi vida, Pozoblanco solamente crece hacia los institutos y el Hospital y, de forma natural, otras zonas que antes eran céntricas quedan más anticuadas.

Todo esto, a mi entender, sólo tiene una solución para todos aquellos que viven del sector servicios, más concretamente, de la hostelería y de lo que llamamos tiendas del centro comercial abierto, (1) renovar el negocio para poder competir con la modernidad y la moda actual ofreciendo algo atractivo que haga al público visitar su negocio o (2) trasladarse a la zona donde hay crecimiento. Creo que más allá de qué opción de pueblo queremos o qué organización urbanística tenemos, es una realidad que cualquiera que quiera vivir del comercio en la localidad debe asumir.

Sin duda no debemos abandonar las zonas más antiguas y que se siga disponiendo de todos los servicios en todas las barriadas debe ser una prioridad pero, debemos saber que en una barriada antigua donde la mayoría de viviendas son casas se hace muy difícil que un negocio sobreviva con la más mínima competencia, mientras que en zonas nuevas con bloques de pisos que pueden albergar 10 o 12 familias cada uno, la competencia es más fácil de sobrellevar.

No pretendo dar lecciones a nadie sobre lo que debe o no debe hacer, simplemente planteo mi realidad, mi opinión, basada en lo que llevo viviendo toda mi vida. Creo que viene a resumirse en el famoso dicho de “renovarse o morir”.

Por todo esto, la primera razón para decir NO a la recalificación del PPR2-A y convertirlo en terreno comercial es que, no es necesario forzar el desarrollo comercial en dicha zona de Pozoblanco, ya que de forma natural se ha ido extendiendo el comercio hacia el norte.

Además existen otras razones, como:

-El estiramiento del centro comercial abierto hacia el norte, que repito, está produciéndose de forma natural, provocará que los negocios de la parte más céntrica se vayan viendo excluidos. Porque, ¿quién bajará más allá de la Relojería Cobos a no ser que vaya de forma específica? ¿En qué situación quedará el Mercado de Abastos? Del resto de tiendas distribuidas en zonas no tan céntricas mejor ni hablamos. La respuesta está clara.

-Si como parece ser, será Mercadona el protagonista de esa supuesta nueva zona, ¿qué ocurrirá con todos aquellos locales comerciales situados alrededor del actual Mercadona en la avenida del Silo cuando éste ya no esté? Y, ¿quién garantiza que los locales que se puedan situar en el supuesto nuevo terreno comercial sean para comercios locales y no para franquicias u otros que no interesen al comercio pozoalbense?

Poniendo un ejemplo, si alguien solicita un permiso de obra para modificar su casa o local, el ayuntamiento tiene la potestad de concedérsela o no, pero una vez concedida no es posible decirle al propietario de qué color queremos que pinte las paredes.

-Y hablando de terrenos comerciales, la recalificación, adaptación o como quiera llamarse el cambio en la norma para pasar un suelo residencial a catalogarlo como comercial supondrá que otros terrenos catalogados ya como comerciales queden en un estado totalmente residual, y es muy posible que sigan siendo solares vacíos por un periodo muy largo de tiempo, o quizá para siempre.

Llevo un tiempo escuchando diferentes versiones pero lo que casi no he escuchado son argumentos o justificaciones de porqué sí o porqué no. Estos son los míos. No se trata de que lo permita la ley o no, se trata de si es necesario forzar ese cambio en una zona que se está desarrollando por si sola cuando hay otras que necesitarían de un mayor cuidado o inversión de este tipo. Quizá si escuchase otros argumentos cambiaría de opinión, mientras tanto… ya no veo pasto desde mi balcón.

Antonio López Pozuelo.

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‘Caminata a la lucha y la reivindicación’, por Francisco Carrillo

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'Caminata a la lucha y la reivindicación', por Francisco Carrillo

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar (Antonio Machado)

Aunque ya lleva un corto camino recorrido, el jueves noche, en claro acuerdo con la luna llena, la plataforma “Unidos por el Agua” escenificó su primer acto tras su legal constitución. Al atardecer de El Viso, aunando el sol poniente y la luna naciente, se congregaron un par cumplido de cientos de personas de toda edad, condición y procedencia en extramuros para una caminata. La aspiración era clara y sencilla: dar visibilidad a la plataforma, hacer ejercicio sano, comer un bocadillo en comunión reivindicativa y disfrutar de nuestro cielo con una luna espectacular.

Y el destino de ella, como todas las cosas importantes de la vida, sin nombrarlo, era la razón de nuestra procesión de zapatilla y mochila. Su nombre reverbera, una y otra vez, en las conversaciones de Los Pedroches y, supongo, el Guadiato: La Colada. El pantano olvidado, rescatado de ese pozo para intentar convertirlo en lugar emblemático de disfrute de la naturaleza y al que la realidad, que todos conocíamos y nadie quería reconocer, lo empujó a la sima del oprobio público: su agua está contaminada, incompatible en parte con la vida.

Pero aún así, anoche a su vera, en una orilla oscura como nuestro futuro, aún así, esa agua está salvando al norte de la provincia. Y de alguna forma a sus representantes, pues si la suerte de la Colada hubiera sido la misma que Sierra Boyera, se podría asegurar que los centenares de anoche serían miles muy cumplidos. Quizá coléricos. Quizá envalentonados con el arrojo del que nada más tiene para perder.

Ayer salía la noticia de que Andalucía aún tiene 4500 millones de euros de fondos europeos sin ejecutar. Si esto es así, se me ocurre de primeras un par de actuaciones imprescindibles, urgentes y justas en los Pedroches y Guadiato. Tenemos una ruina encima y, aunque el dinero no la pueda reparar en su totalidad, si puede ayudar a que sea, al menos, soportable.

Hago desde aquí un ruego a todos nuestros representantes políticos para reunirse ya, armarse de buena voluntad y hacer, de una buena vez, algo por una tierra secularmente olvidada y castigada.

Por favor.

Francisco Carrillo Regalón

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‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero

“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”

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Naranjo, naranja

El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.

El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.

El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.

Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.

La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.

El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.

El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:

Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.

Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?

Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.

Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?

Pero no.

El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.

Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.

Juan Ferrero

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‘Suben las gasolineras y baja el servicio’, por Juan Ferrero

“Los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente”

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'Suben las gasolineras y baja el servicio', por Juan Ferrero

A veces, puede comprobarse lo fácil que le resulta a las clases dominantes conducir a la masa popular sin que esta proteste lo más mínimo.

Estamos quejándonos constantemente de la carestía de la vida por todas partes y luego llegamos a la gasolinera y le decimos a los empleados que sirven en los surtidores que se quiten de allí y se vayan al paro, que ese trabajo lo vamos a realizar nosotros de modo gratuito.

El asalariado, al que le habrán exigido al menos un cursillo o jornadas para que lleve en cuenta las más elementales normas a la hora de manipular sustancias inflamables y, por lo tanto, peligrosas, se marchará a engrosar la lista del paro, mientras nosotros nos bajamos del vehículo y, “generosamente”, tomamos el surtidor sin tener en cuenta los perjuicios que eso puede acarrearnos. Unas manchas en la indumentaria, por ejemplo, inutilizarían nuestras prendas de vestir. ¿Y quién pagaría eso?  En ocasiones, ni el dinero solucionaría el problema, como el caso en que las circunstancias y el tiempo, en pleno viaje, no permitiera el cambio de indumentaria; por no citar descuidos propios o con elementos y personas de acompañamiento o ajenas que se hallen junto a los mismos surtidores.

Resumiendo: los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente. Porque, que nos conste, ni sindicatos, ni partidos, ni Ministerio de Consumo, ni el público en general dicen o hacen algo al respecto.

En  la vida cotidiana pueden darse abusos frente a los cuales poco puede hacer el individuo solo. Pero no es este el caso porque, por fortuna, aún existen gasolineras atendidas por sus empleados, y yo, mientras  sea posible, únicamente acudiré a estas (subrayo lo de “sea posible” ya que tampoco es caso de quedarse en la carretera sin carburante por no pararse en la gasolinera de autoservicio). Pero una cosa no quita la otra; todo es cuestión de prever y calcular.

Juan Ferrero

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