Hoy hablo de
El botón del pantalón no me abrocha
Enero es el mes de las dietas y del ejercicio. Muchos de mis conocidos han comenzado alguna dieta o se han apuntado al gimnasio, para bajar los excesos de las navidades.
Reconozco que nunca me había planteado hacer nada parecido, pero viendo que los pantalones se abrochan con dificultad, creo que ha llegado la hora de hacer algo.
Siempre que me propongo algo me informo. ¡La información al poder! Nada de dietas milagrosas, nada de darle excesiva importancia a mi pequeño problema. Y, mira por dónde, encuentro un artículo en un periódico digital que me abrió los ojos:
55 CONSEJOS PARA PERDER PESO DE UNA VEZ
“Pues nada, manos a la obra, será una lectura interesante“. O eso pensé.
Aparte de decir que las dietas no son la solución, nos propone, en tres campos diferentes, qué es lo que debemos hacer.
¿De qué me ha servido a mí? Bien, después de desechar aquellos puntos en los que se hacía autopublicidad de un libro y de un blog, y de olvidarme de publicar en redes sociales mis avances con el método, creo que no podría cumplir prácticamente nada de lo que dice.
Nos habla de estar motivados (bien, eso lo cumplo, los pantalones me tienen que abrochar sí o sí) y da sugerencias: Poner en la nevera un papelito con lo que queremos conseguir (hecho); utilizar la báscula pero no como herramienta para avergonzarte de tu cuerpo (bien, no tengo báscula); fotos del antes y del después (ni de coña); probarte los vaqueros cada semana (mira, eso sí, no me queda más remedio); y la que más me gusta: Dejar de arrepentirse por lo que se ha comido (yo no me arrepiento del trozo de chocolate que tomo por las noches).
En cuanto a hacer ejercicio, que variemos el tipo, que sudemos (cada vez que subo y bajo las escaleras de casa lo hago, ¿será suficiente?). Pero no te pases con el deporte (¿en qué quedamos, que sude o que no me pase? Creo que paso al siguiente campo).
Nutrición, y eso que decían que nada de dietas… En resumen, que comamos fibra, nada de alimentos empaquetados, dejar los refrescos (de la cervecita del mediodía no dice nada) y beber mucha agua. (Creo que será más o menos fácil)
Y lo más importante, que todo esto se consigue con un cambio de vida. Poner música que nos motive, dormir siete u ocho horas, no estar todo el día sentado…
Uf, creo que yo lo estaba haciendo más o menos bien. Lo mismo es que tengo gases y por eso no me puedo abrochar bien el botón.
Me tomaré infusiones de anís. Si con eso no me desinflo, ya me apunto a la dieta y al gimnasio.
Hoy hablo de
Situaciones estrambóticas, esperpénticas o, simplemente, ridículas (III)
Han pasado varias semanas desde la última entrega de estas “Situaciones estrambóticas…” que me habéis hecho llegar. Vuelvo a reiterar las gracias a todas vosotras. Hoy voy a poner la última que me llegó que parece que es más acorde con estas fechas. Las otras las iré poniendo en otras entregas.
En esta ocasión, la historia vuelve a ser de otra mujer, como siempre preocupada o estresada. aunque no olvidemos que todos lo sacamos de quicio, para reirnos de nosotras mismas que es lo único que pretendemos en estos pequeños relatos.
¡MI NIÑO SE GRADÚA!
No me gustan los actos sociales. Exigen muchos de los asistentes, o mejor dicho, unos asistentes exigen mucho a otros. Hay que ir de etiqueta, según marquen aquellos que creen como debe ser las cosas. Y claro que es importante ir de etiqueta, pero todo tiene un límite. No creo que en determinadas situaciones se deba exigir aquello a lo que no llegas. Pero bueno, eso es una apreciación mía, según mis gustos o posibilidades económicas… Porque lo que está claro es que, aunque digan que no, nos siguen midiendo según nuestro aspecto. Pero eso es otro tema.
Aquí lo importante es que ¡mi niño se gradúa!
Sí, puede que sea una americanada, pero es emocionante ver que tu hijo ha terminado bachillerato, y empieza su edad “adulta”. Aunque… ¿Cómo es posible que ya tenga 18 años? ¡Si apenas ayer estaba entrando en primaria! ¡Si hace unos pocos años que yo misma terminé el bachillerato! (Bueno, antes era el COU y no hace tan pocos años, pero a mí me lo parecen).
Y ahora aquí estoy, a dos días de la graduación, preparando el traje que va a llevar mi niño, que con tanta ilusión le he comprado. ¡Su primer traje!
– ¡Anda, cariño, pruébatelo otra vez que vea lo guapísimo que estás!
– ¡Mamá, eres una pesada! Anda trae que no quiero que me lo digas más veces hoy.
-¡Mamá! ¡MAMÁ! ¡Qué no me lo puedo abrochar! ¡Qué me queda pequeño!
Recorrí los pocos metros que separan el salón de la habitación de mi hijo en un tiempo récord. Ni en las olimpiadas tienen ese tiempo. Y blanca me quedo cuando efectivamente el botón no consigue abrocharle. Cuando las mangas de la chaqueta le quedan cortas… cuando…¡ son más de las ocho y no podemos ir ahora mismo a la tienda a buscar una posible solución!
¿Y qué solución pueden darme? Cambiarlo nanai… que le ajustaron todo, bueno, lo mismo es que el ajuste que quedó muy bien, pero claro… dirán que la culpa es mía por no habérselo probado antes… eso de que el cliente siempre tiene razón no es cierto… ¡y hasta mañana ya no puedo hacer nada! ¡Y pasado mañana la Graduación!
Toda la noche sin dormir, preocupada, dando vueltas al tema. siempre recurrente. ¡Como le tenga que comprar otro traje a ver de donde saco el dinero! ¿Pero como ha podido engordar el niño en un mes? ¿Y los brazos? ¿Cómo le han podido crecer sólo los brazos?
Después de esa mala noche, a las nueve de la mañana ya estaba yo con mi niño en la tienda. Probándose el traje delante de la dependienta, para que valorara la posible solución…
– Pero si le queda bien. Sólo le moveremos un pelín el botón, y le sacaremos de esta pincita. ¡No te preocupes, que no le queda chico! Las mangas perfectas, lo tentría arrugado por dentro el forro…
¡Tierra trágame! Que con los nervios no vi más allá de lo que decía mi niño. Que no era para tanto… que salimos de la tienda con todo arreglado, bueno, sin arreglo, porque al final resulta que no había tanto que arreglar. ¡Si es que… ! Al parecer los nervios de mi hijo eran tan grandes como los míos, o yo le había puesto más nervioso de la cuenta con tanto probarse el trajecito… No sé, la cosa es que todo salió bien y mi niño era el más guapo, el más alto y el más elegante de la graduación. ¡Claro, qué voy a decir yo, su madre!
Situación banal, tonterías, ¿no habrá cosas más importantes en el mundo? Muriéndose niños, otros que no tienen que comer… personas a las que echan de sus casas… y yo contando todas estas tonterías.
Pues sí, pueden que sean tonterías, son nuestras tonterías. Tonterías de mujeres, madres en su mayoría que cualquier cosa que afecte a sus hijos les preocupa, les quita el sueño. Si nos quita el sueño estas “tonterías” ¿cómo no nos lo van a quitar cosas más importantes?
No sé si habrá un estudio de alguna universidad de esas que se dedican a hacer estudios de todo, pero yo creo que estas pequeñas e insignificantes tonterías que nos preocupan a las madres, son las que nos hacen estar preparadas para las verdaderas, para las que realmente influyen en nuestra vida.
Pero claro, esa es sólo mi opinión. Porque al fin y al cabo, las madres solo queremos lo mejor para nuestros hijos. Sólo queremos apoyarlos y ayudarlos. Aunque a veces nos pierdan las formas y los nervios.
NOTA: Apoyar a nuestros hijos no significa que los defendamos en situaciones indefendibles. Significa que aunque se equivoquen estemos ahí cuando nos pidan ayuda.
Bueno, os dejo, que mi hijo me pide ayuda para atarse los cordones… hay que ver… cuando se los atará el sólito, va a tener veinte años y me va a llamar para que se los ate (guiño, guiño).
Hoy hablo de
Situaciones estrambóticas, esperpénticas o, simplemente, ridículas (II)
Esta es la segunda entrega de las situaciones que me habéis hecho llegar. Vuelvo a repetir que si alguien se siente identificado es pura casualidad, jeje, que no os describo yo, sino otras personas.
Todavía estáis a tiempo de enviarme más situaciones o historias que os hayan pasado y queráis compartir. Como podéis observar, en la más estricta confidencialidad, sin nombres ni lugares. Bueno, vamos con la historia.
“EL MEJOR BAÑADOR DEL MUNDO”
Habíamos planeado las vacaciones ideales. Con amigos, que siempre son las mejores. A un sitio de ensueño, o eso pensamos, porque nuestra ilusión era conocer aquella zona. Teníamos playita, pueblos con mucho encanto, y descanso, mucho descanso. El único problema, que llevaba años sin comprarme un bañador o un bikini. Así que me puse a la tarea de encontrar algo que fuese mono pero a la vez escondiese algo los michelines. Tarea más que imposible, pero decidida estaba.
No tardé mucho en encontrar algo que cumplía todos los requisitos. Color negro, que hace más delgada; con algo estampado, para no parecer mi abuela; y con una tela muy moderna que según me dijo el dependiente parece que vas con un traje de neopreno. Apretadito, apretadito.
Misión cumplida. Ya me veía yo en la playita, luciendo palmito cual sirena.
Las vacaciones, como habíamos pensado, de ensueño. Todo muy bonito, sin contratiempos, sin prisas. Perfecto. Bueno, perfecto hasta que sucedió lo que sucedió.
Dicen que las mujeres siempre vamos al baño de dos en dos. Y puede que sea verdad, porque gracias a que vamos en pareja pude solucionar una situación más que comprometida.
Nos habíamos dejado mecer por las olas, jugueteando con ellas, y la verdad que estábamos un poquito llenas de arena. Cuando salimos del agua yo estaba que no aguantaba más, y es que tengo la gran incapacidad de hacer pipí dentro del agua. Que sí, que el mar será muy grande, que a los peces no les importará, pero me parece una cochinada y no sale. Así que le propuse a mi amiga que me acompañara a los servicios que estaban cerca. Y allí fuimos.
No había que esperar mucha cola, menos mal porque no me aguantaba y como era grande, decidimos entrar juntas. Pues menos mal…
Ya me costó bajar el bañador, y no doy más detalles porque pertenecen a mi vida privada.
El problema fue subirlo… no había manera. Ni entre las dos lo conseguíamos. Ya se le ocurrió a mi amiga que me pusiera cerca del secador de manos y eso hice… quemarme la piel porque el bañador no se secaba ni subía. Ya empezaron a toquetar la puerta. ¿Qué pensarían que estábamos haciendo allí? Pero yo estaba agobiada. Ya se nos ocurrió que mi compañera fuera hasta las toallas y me trajera el suyo de repuesto.
Pero yo ya histérica empecé a tirar del bañador hacia arriba. Y con mucha fatiga, con un esfuerzo sobrehumano, conseguí subir lo suficiente por delante, porque por detrás estaba como redoblado haciendo una cosa muy rara. Pero ya puestas a pasar vergüenza, así me paseé hasta donde estábamos, para gran alharaca de nuestros maridos.
Lección aprendida. No te compres un bañador que parezca de neopreno, o si te lo compras, no intentes volver a ponértelo mojado. Aunque, no penséis que me pienso comprar otro este año, ¡qué va! Este me tiene que durar por lo menos como el último, diez años. Lo que pienso hacer es practicar para ser realmente una sirena o, si no lo consigo, ir seca al baño.
Hoy hablo de
Situaciones estrambóticas, esperpénticas o, simplemente, ridículas (I)
Hace unas semanas os pedía colaboración para que contarais situaciones estresantes. Recibidas y leídas todas vuestras historias no me ha quedado más remedio que cambiar el enfoque de la entrada del blog. Porque, si bien todas las situaciones en ese momento, fueron estresantes para quien las vivió; una vez contadas a terceras personas lo que producen es cierta hilaridad. Pedí situaciones cómicas, y así las habéis mandado.
Pero vuestras historias se merecen algo mejor que una simple mención dentro de este blog, por lo que he decidido hacer unos relatos cortos con cada una de ellas. Así, en sucesivas entradas, amenazo con ir publicándolas. Gracias por vuestras historias, por compartirlas y por dejar que las publique.
Y si hay alguien que se reconoce en alguna historia, pensad que es mera coincidencia, que esa misma situación le ha podido pasar a otra persona.
“IGNORADA”
No hay peor situación que sentirse ignorada. Y si, además, tienes prisa y quieres resolver varios asuntos, peor. Eso es lo que me pasó en una tienda, de la que no diré nombre ni lugar, pero a la que no volveré a entrar en mucho tiempo.
Estaba siendo una mañana muy ajetreada, como todas las mañanas que quieres hacer mil cosas y el reloj corre en tu contra. Había tardado más de la cuenta en el banco, en el zapatero y en la mercería. pero al pasar por aquella tienda y ver el bonito vestido no pude mas que pararme. se acercaban las fiestas, y siempre sienta bien estrenar.
No me lo pensé dos veces. Entré. Las dependientas mantenían una animada conversación sobre el fin de semana anterior. No es que me importara, pero pude enterarme con pelos y señales dónde habían estado cada una. Sólo me faltó saber el color de la ropa interior que se habían puesto. Mientras ellas charlaban animadamente, yo iba mirando la ropa y los complementos. Pero empecé a impacientarme cuando, con la prenda elegida en la mano, me disponía a preguntar por la talla y como si fuera invisible, ellas seguían a lo suyo.
Carraspeé, una, dos y hasta tres veces. Pero el volumen de la conversación les impidió oírme. Discretamente me acerqué más a ellas, elevando la prenda a la altura de sus ojos. ¡Pero nada! ¡Estaba empezando a pensar que era invisible!
Ellas seguían enumerando las veces que habían ido al baño en una noche y yo empezaba a enfadarme visiblemente. Hasta que pasados diez minutos de reloj, que eran los que había planeado pasar dentro de la tienda, decidí plantarlas.
Haciendo notar mi enfado puse en vestido encima del mostrador entre las dos charlatanas. Cogí la bolsa de la compra que llevaba y ahora sí, furiosa al ver que seguían sin inmutarse, abrí con fuerza la puesta para salir. Con tan mala suerte que un mal cálculo, debido a mi mal humor, hizo que la puerta se estrellara contra mi frente.
¡Eso sí llamó la atención de las dependientas! Ahora sí corrían para ver que es lo que podían hacer por mí, para ver si necesitaba algo.
Menos mal que en ese momento no se rieron, sino que asustadas, hasta que no reaccioné no se separaron de mí.
No sé quién escarmentó más con la situación, ni quién se estresó más. Aunque creo que yo salí perdiendo, y el chichón que tuve durante varios días así lo demuestra.
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