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Paredes y caminos de Los Pedroches

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Entre paredes de piedra,
entre encinas y olivares,
camino por los caminos,
de los Pedroches, lugares.

En mi opinión, de lo más destacable en nuestra comarca, arquitectónicamente hablando, son su caminos y sus paredes. Difícil separar ambas cosas, son de una extraordinaria belleza, con frecuencia, no valorada por nosotros mismos sin ser conscientes de la gran carga cultural que encierran.

Por mi trabajo, soy afortunado al poder gozar de esos caminos y paredes con más frecuencia que otros. También, por qué no decirlo, doliente constante al ver su deterioro que poco a poco va mellando su belleza hasta hacerlos ya, en muchos casos, irrecuperables.

Todos deberíamos de protegerlos como un bien preciado de nuestra identidad como pueblo y de nuestra riqueza arquitectónica, motivo por el que sentirnos orgullosos y motivo por el que sentirnos comprometidos.

Unos cuantos metros de pared, no es algo grandioso, sin embargo, si a ésta le sumamos cientos y cientos de kilómetros, pasa a convertirse en algo único, algo especial y eso es lo que tenemos en Los Pedroches, miles de kilómetros de paredes de piedra levantadas por nuestros antepasados con su sudor y su esfuerzo.

Ya sea verano, en sus atardeceres y amaneceres o bien en el más frío de los inviernos, caminar entre ellas, por nuestros caminos, reconforta. Caminando en soledad o acompañado por alguien con el que poder compartir una amena charla interrumpida por comentarios sobre las sensaciones que sentimos en nuestro caminar.

Camino con mi silencio
embriagado de cantares.
Ahora lo quiebra un jilguero,
mas allá son las torcaces,
y asustado por mis pasos,
un lagarto en los ramajes.

En la primavera y otoño… deleite para la reflexión, terapia anti-estrés, momentos para encontrarnos con nuestra naturaleza y vivirla intensamente con cada paso que damos.
Y siempre, a nuestro lado, ella, nuestra interminable pared de piedra, sobria, sencilla pero… tremendamente bella.

Una charla amiga o el silencio truncado por el cantar de los pájaros, el balido de una oveja o el relinchar de un caballo, nos transportan a otro mundo lejos del ajetreo, los ruidos desacompasados, la polución y la ansiedad en la que vivimos, desafortunadamente, de forma constante.

Protegerlos es nuestro deber y recuperarlos para generaciones futuras un acto de responsabilidad.

Hemos de concienciar en nuestros colegios, en nuestra sociedad en general, la gran importancia de este legado y educarnos para que lo miremos con respeto.

Es importante invertir en su recuperación antes de que esta sea irreversible.

Nuestras paredes lloran en el olvido, su abandono, dejando de ser lo que fueron y convirtiéndose en portillares, hemos de evitarlo.

Fomentar la profesión de “paerero”, de los que afortunadamente aún quedan algunos, y que ésta permanezca en los tiempos futuros de nuestra tierra como señal inequívoca de la importancia que le damos a nuestras sencillas y singulares paredes de piedra.

Fruto del aprovechamiento de terrenos que antes eran pedregales y que nuestros antepasados supieron ordenar para convertirlos en una de las mejores dehesas del mundo.

Recogieron sus piedras una a una y en armónica sintonía la agruparon de tal forma que cumplieran el cometido de cercados para guardar su ganado al tiempo que lograron un mejor aprovechamiento de sus ricos pastos y bellotas. Modificaron el paisaje de una forma tan equilibrada que lograron hacerlo más bello que el que se encontraron.

Javier Cabrera de Castro

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1 Comentario

1 Comentario

  1. gachero

    24 Ago 2015 at 22:10

    Es precioso, me ha gustado mucho. Desde Belalcázar a Conquista, de Santa Eufemia a Alcaracejos…todos nuestros municipios conforman una comarca llena de NATURALEZA, HISTORIA, PATRIMONIO CULTURAL E IDENTIDAD PEDROCHEÑA.

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‘Caminata a la lucha y la reivindicación’, por Francisco Carrillo

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'Caminata a la lucha y la reivindicación', por Francisco Carrillo

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar (Antonio Machado)

Aunque ya lleva un corto camino recorrido, el jueves noche, en claro acuerdo con la luna llena, la plataforma “Unidos por el Agua” escenificó su primer acto tras su legal constitución. Al atardecer de El Viso, aunando el sol poniente y la luna naciente, se congregaron un par cumplido de cientos de personas de toda edad, condición y procedencia en extramuros para una caminata. La aspiración era clara y sencilla: dar visibilidad a la plataforma, hacer ejercicio sano, comer un bocadillo en comunión reivindicativa y disfrutar de nuestro cielo con una luna espectacular.

Y el destino de ella, como todas las cosas importantes de la vida, sin nombrarlo, era la razón de nuestra procesión de zapatilla y mochila. Su nombre reverbera, una y otra vez, en las conversaciones de Los Pedroches y, supongo, el Guadiato: La Colada. El pantano olvidado, rescatado de ese pozo para intentar convertirlo en lugar emblemático de disfrute de la naturaleza y al que la realidad, que todos conocíamos y nadie quería reconocer, lo empujó a la sima del oprobio público: su agua está contaminada, incompatible en parte con la vida.

Pero aún así, anoche a su vera, en una orilla oscura como nuestro futuro, aún así, esa agua está salvando al norte de la provincia. Y de alguna forma a sus representantes, pues si la suerte de la Colada hubiera sido la misma que Sierra Boyera, se podría asegurar que los centenares de anoche serían miles muy cumplidos. Quizá coléricos. Quizá envalentonados con el arrojo del que nada más tiene para perder.

Ayer salía la noticia de que Andalucía aún tiene 4500 millones de euros de fondos europeos sin ejecutar. Si esto es así, se me ocurre de primeras un par de actuaciones imprescindibles, urgentes y justas en los Pedroches y Guadiato. Tenemos una ruina encima y, aunque el dinero no la pueda reparar en su totalidad, si puede ayudar a que sea, al menos, soportable.

Hago desde aquí un ruego a todos nuestros representantes políticos para reunirse ya, armarse de buena voluntad y hacer, de una buena vez, algo por una tierra secularmente olvidada y castigada.

Por favor.

Francisco Carrillo Regalón

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‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero

“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”

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Naranjo, naranja

El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.

El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.

El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.

Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.

La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.

El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.

El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:

Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.

Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?

Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.

Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?

Pero no.

El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.

Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.

Juan Ferrero

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‘Suben las gasolineras y baja el servicio’, por Juan Ferrero

“Los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente”

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'Suben las gasolineras y baja el servicio', por Juan Ferrero

A veces, puede comprobarse lo fácil que le resulta a las clases dominantes conducir a la masa popular sin que esta proteste lo más mínimo.

Estamos quejándonos constantemente de la carestía de la vida por todas partes y luego llegamos a la gasolinera y le decimos a los empleados que sirven en los surtidores que se quiten de allí y se vayan al paro, que ese trabajo lo vamos a realizar nosotros de modo gratuito.

El asalariado, al que le habrán exigido al menos un cursillo o jornadas para que lleve en cuenta las más elementales normas a la hora de manipular sustancias inflamables y, por lo tanto, peligrosas, se marchará a engrosar la lista del paro, mientras nosotros nos bajamos del vehículo y, “generosamente”, tomamos el surtidor sin tener en cuenta los perjuicios que eso puede acarrearnos. Unas manchas en la indumentaria, por ejemplo, inutilizarían nuestras prendas de vestir. ¿Y quién pagaría eso?  En ocasiones, ni el dinero solucionaría el problema, como el caso en que las circunstancias y el tiempo, en pleno viaje, no permitiera el cambio de indumentaria; por no citar descuidos propios o con elementos y personas de acompañamiento o ajenas que se hallen junto a los mismos surtidores.

Resumiendo: los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente. Porque, que nos conste, ni sindicatos, ni partidos, ni Ministerio de Consumo, ni el público en general dicen o hacen algo al respecto.

En  la vida cotidiana pueden darse abusos frente a los cuales poco puede hacer el individuo solo. Pero no es este el caso porque, por fortuna, aún existen gasolineras atendidas por sus empleados, y yo, mientras  sea posible, únicamente acudiré a estas (subrayo lo de “sea posible” ya que tampoco es caso de quedarse en la carretera sin carburante por no pararse en la gasolinera de autoservicio). Pero una cosa no quita la otra; todo es cuestión de prever y calcular.

Juan Ferrero

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