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‘Coronavirus y el mundo rural’, por Javier Cabrera de Castro
“El Coronavirus marcará un cambio de hábitos en la población”. Un artículo de opinión de Javier Cabrera de Castro.

El Coronavirus marcará un cambio de hábitos en la población.
Hoy más que nunca, nuestra sociedad, se está haciendo una y mil veces las mismas preguntas:
¿Qué hemos hecho mal?
¿Qué podemos hacer para que nuestras familias puedan estar más seguras en un futuro?
Son preguntas difíciles de responder, cada cual tiene su opinión, yo quiero dar la mía.
Durante años hemos vivido en una constante subida de prestaciones y nivel de bienestar, inapreciables quizá en periodos de tiempo cortos, pero claramente significativas, casi increíbles, si analizamos periodos de varios años. Solo tenemos que mirar nuestros móviles para ver que los que tienen cuatro años están obsoletos, así todo.
Hemos creído que, todo nos lo merecemos y a todo tenemos derecho, sin tener en cuenta que por todo ese “progreso o avance” tarde o temprano se nos iba a pasar factura.
No quiero decir ni que sí, ni que no, que nuestro descontrolado crecimiento haya sido el causante del Coronavirus, pero sí puedo afirmar que gracias al COVID-19 estamos descubriendo las grandes debilidades que tenemos, no solamente como sociedad inteligente, sino como sociedad autosuficiente.
Hemos valorado más comprar un apartamento en primera línea de playa, de apenas sesenta metros cuadrados, con un coste de entre 200.000€ y 400.000€, dependiendo del lugar, sin valorar que por esos precios podíamos ser propietarios de una pequeña finca rústica en plena naturaleza. Bueno, pequeña o no tan pequeña pues la apreciación de estos términos no es para todos igual. Por 300.000€ se pueden encontrar en España fincas de dimensiones muy grandes en base al concepto que la mayoría de urbanitas tienen del espacio. A partir de 50.000€ multitud de casas en pueblos de dimensiones, seguro, muy superiores a las de sus viviendas habituales y encima, ¡con patio!
Propiedades que, bien planificadas, podemos convertirlas en casi autosuficientes y que nos pueden aportar una calidad de vida que en nada se parece al bullicio que las grandes concentraciones costeras ocasionan, por ejemplo, en las vacaciones. Bullicio que te empuja a un gasto desmesurado y a una actividad, en muchos casos, excesivamente frenética y todo esto, rodeado de multitud de gente que desean lo mismo que tú, en el mismo lugar y tiempo. Ese aparente estado vacacional se convierte en un angustioso periodo del que estoy seguro, nada más empezarlo, muchos desean que acabe cuanto antes.
No critico la playa, la costa… critico la superpoblación, la sobre concentración de personas, que impide que un periodo que ha de servir para descansar, para recargar pilas, actué como bálsamo para todo lo contrario.
Hay gente que vive en la ciudad y que, por su condición o actividad, podría hacerlo en un pueblo sin ningún tipo de problema y de forma continua. Es más, podría afirmar que, seguro que el ahorro que tendría, por vivir en un pueblo, le permitiría hacer escapadas a la ciudad que deseara y costearse un buen fin de semana, cosa que no se puede permitir viviendo de forma continua en la ciudad. Paradójico.
En España hay multitud de pueblos que pueden ser una bonita alternativa al turismo veraniego tal como lo entendemos hoy y también a nuestra habitual forma de vida. Una alternativa para refugiarse si los tiempos no vienen como deseamos. Propiedades desde las que se puede teletrabajar, donde podemos encontrar los recursos básicos de manera abundante y de calidad.
En verano están cargados de fiestas populares y en otoño, invierno y primavera son lugares en los que se pueden realizar multitud de actividades relacionadas con la naturaleza o, por ejemplo, visitar ciudades como Madrid, Barcelona, Sevilla… Desde esta perspectiva las ciudades tienen mucho encanto.
Hace años, cuando la gente no tenía el nivel adquisitivo que se tiene hoy, bueno, más bien el que teníamos antes del estado de alarma, la gente iba a su pueblo a descansar. Muchos tenían como vivienda la casa de sus padres, abuelos… o tenían una vivienda propia.
Hemos de retomar ese pasado. Si lo hacemos encontraremos multitud de ventajas y soluciones que no podemos desvalorar, ventajas para nosotros y para esas comarcas devastadas por la despoblación y que necesitan más gente para subsistir.
Un espacio de tranquilidad que nos ayude a cultivar nuestra mente y nuestro cuerpo, cada uno a su forma.
Un simple paseo por el campo con un grupo de senderismo apreciando el paisaje, sabiendo qué nombre tiene ese gran árbol con el que nos acabamos de cruzar o cómo se llama esa preciosa flor que ha acaparado el interés de todos los que la hemos visto, es una forma de cultivar nuestra mente, además de ejercitar nuestro cuerpo.
Hemos de repoblar el mundo rural. Recuperar nuestro origen sin despreciar nuestro presente y nuestro futuro, pero sí intentando que este sea más seguro y menos incierto.
Entiendo que ante nosotros se presenta una oportunidad histórica para rectificar. Hemos de aprovecharla, hay motivos para que nos lo propongamos.
Es el momento de pasar de la España vaciada a la España equilibrada y para ello nuestro gobierno ha de facilitar que esos lugares, muchos de ellos mal comunicados, gocen de infraestructuras que eviten que ese sea un motivo para no ir a ellos. Sean dotados de estructuras eléctricas medioambientales y autosuficientes, autónomas. Y gocen de buenas conexiones de internet, asistencia médica, plataformas culturales y educativas…
Me gustaría hacer una última reflexión a modo de resumen.
Tras esta crisis hay algo que habrá quedado claro; el teletrabajo es una alternativa viable y rentable para muchos casos. Las empresas lo están descubriendo a la fuerza. Esto provocará una deslocalización de parte de su personal tras comprobar que es posible trabajar de esta manera.
En cuanto a las residencias que cada uno de nosotros podamos tener, hay que considerar que para aquellos que solo poseen una, la de la ciudad, si se desprenden de ella o la alquilan, podrían disponer de una vivienda en el campo o pueblo con mayores comodidades y prestaciones.
Por otro lado, para aquellos que tienen dos, les sugeriría que cambiaran su orden, convirtiendo la segunda residencia en la primera.
Estas, entre otras, son parte de la solución.
Javier Cabrera de Castro (www.inmocampo.com, Director)

[Fotos: Javier Cabrera de Castro ]

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‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero
“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”

El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.
El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.
El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.
Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.
La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.
El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.
El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:
Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.
Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?
Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.
Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?
Pero no.
El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.
Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.
Juan Ferrero
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‘Suben las gasolineras y baja el servicio’, por Juan Ferrero
“Los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente”

A veces, puede comprobarse lo fácil que le resulta a las clases dominantes conducir a la masa popular sin que esta proteste lo más mínimo.
Estamos quejándonos constantemente de la carestía de la vida por todas partes y luego llegamos a la gasolinera y le decimos a los empleados que sirven en los surtidores que se quiten de allí y se vayan al paro, que ese trabajo lo vamos a realizar nosotros de modo gratuito.
El asalariado, al que le habrán exigido al menos un cursillo o jornadas para que lleve en cuenta las más elementales normas a la hora de manipular sustancias inflamables y, por lo tanto, peligrosas, se marchará a engrosar la lista del paro, mientras nosotros nos bajamos del vehículo y, “generosamente”, tomamos el surtidor sin tener en cuenta los perjuicios que eso puede acarrearnos. Unas manchas en la indumentaria, por ejemplo, inutilizarían nuestras prendas de vestir. ¿Y quién pagaría eso? En ocasiones, ni el dinero solucionaría el problema, como el caso en que las circunstancias y el tiempo, en pleno viaje, no permitiera el cambio de indumentaria; por no citar descuidos propios o con elementos y personas de acompañamiento o ajenas que se hallen junto a los mismos surtidores.
Resumiendo: los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente. Porque, que nos conste, ni sindicatos, ni partidos, ni Ministerio de Consumo, ni el público en general dicen o hacen algo al respecto.
En la vida cotidiana pueden darse abusos frente a los cuales poco puede hacer el individuo solo. Pero no es este el caso porque, por fortuna, aún existen gasolineras atendidas por sus empleados, y yo, mientras sea posible, únicamente acudiré a estas (subrayo lo de “sea posible” ya que tampoco es caso de quedarse en la carretera sin carburante por no pararse en la gasolinera de autoservicio). Pero una cosa no quita la otra; todo es cuestión de prever y calcular.
Juan Ferrero
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‘Nuevos bandoleros de caminos’, por Juan Ferrero
“Los actuales bandoleros van al camino y se quedan con el mismo camino”. Juan Ferrero nos da su opinión

La palabra bandolero la relacionamos enseguida con otras como camino y diligencia, asociadas a la época romántica del siglo XVIII y XIX.
Modernamente han aparecido otro tipo de bandoleros de caminos, pero en estos se da un aspecto nuevo. Los bandoleros antiguos iban a un camino y se quedaban con lo que pasaba por él; pero los nuevos bandoleros no, los actuales bandoleros van al camino y se quedan con el mismo camino. Y otra diferencia: los gobernantes de la época mandaban perseguir a los bandoleros, pero a los nuevos bandoleros no los persigue nadie.
Ya, cuando los propietarios de fincas construyeron los típicos cercados de piedra, muchos de ellos no respetaron las anchuras que por ley correspondía a los distintos tipos de caminos públicos, quedando estos mermados en su viabilidad.
Desde hace algunas décadas, ha surgido un ansia generalizada, por parte de ciertos propietarios, de cortar y apoderarse de todo camino público colindante con sus fincas; o también, de juntar con su terreno cualquier ensanche o abrevadero de camino. Los hay que sin ser propietarios, se adueñan e instalan con descaro en aquellos espacios sobrantes después de que Obras Públicas rectifique un camino o carretera.
En general, ni los gobernantes de turno en el Estado, en las Comunidades, Diputaciones o Ayuntamientos toman iniciativa alguna para hacer que los nuevos bandoleros devuelvan lo robado. Es más, en ocasiones, cuando algún grupo de ciudadanos se ha presentado en uno de estos caminos a reivindicar su apertura, con la cartografía oficial correspondiente que certificaba su *titularidad pública, alguien ha echado a los agentes de la Guardia Civil sobre ellos, pidiendo carnet y exigiendo su disolución. (Y lo que escribo lo he vivido directamente junto con otras personas).
Como excepción, algún municipio ha firmado convenio con la Junta para catalogar sus caminos municipales, pero sólo conozco un pueblo en la comarca (Cardeña) donde su alcaldesa, Cati Barragán, obligó a los propietarios a abrir y devolver aquellos caminos públicos que habían cortado.
Pero en fin, no nos escandalicemos. Si es verdad lo que mantienen las nuevas corriente, es decir, que lo moralmente bueno es aquello que así lo decide la mayoría, robar un camino o parte de él no es inmoral, porque la mayoría de la población no protesta, se calla; y ya se sabe que quien calla otorga.
Así pues, por decisión de esa mayoría de ciudadanos, robar un camino es una acción buena, correcta desde el punto de vista de la moral. De este modo, se comprende la postura o actitud de los gobernantes ante los nuevos bandoleros de caminos.
Lo que ocurre es que esta actitud de los gobernantes no encaja con las declaraciones que luego se hacen, prometiendo trabajar por la promoción del turismo rural y contra la España vaciada.
Juan Ferrero