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‘La vivienda, bien irrenunciable’, por Luciano Cabrera Gil

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Luciano Cabrera Gil

Que la Constitución Española de 1978 establezca en su Artículo 47, el Derecho a disponer de vivienda digna, evidencia el valor que se otorgó en ese momento a la necesidad básica de la personas y familias.

La vivienda y cuanto acontece a su alrededor arroja resultados incómodos, hasta el punto en que no es aceptable que existan hoy tantas personas sin vivienda a la vez que tantas viviendas sin personas. En mucho ha errado el sistema económico, político y financiero para alumbrar una situación tan extrema.

Regular, legislar, ordenar, proyectar, analizar; tantas acciones se pueden activar, que resulta vergonzante y cruel que exista necesidad de vivienda y no mecanismos para dar respuesta a esa demanda. La premisa Constitucional de evitar la especulación parece no haberse valorado lo suficiente.

El Estado, pudo y debió hacer mas, puede y debe hacer mas, y distinto, para con una intervención calculada, y consensuada, ofrecer alternativas y soluciones al despropósito actual. Se podía haber hecho mejor, valorando el alcance de los cambios legales y normativos. El rescate a los bancos bien pudo y debió compartirse con el rescate a las personas. He defendido, como muchos, que el endeudamiento de las familias para con la vivienda no había de ser superior a un tercio de sus ingresos medios, así como que era una misión insensata permitir que el período de amortización de las hipotecas exceda de veinte años. Ambos criterios protegerían a las familias, ya que la superación de dichos niveles conlleva la condena hasta la jubilación en gasto comprometido, y por una duración irracional. Nada mas evidente que contemplar la realidad, y observar el alcance de lo que viene sucediendo a miles de familias. Defiendo la necesidad de implicación de los poderes públicos en el mercado de la vivienda, ocupando un espacio limitado, con respeto al sector amplio de la construcción, para conformar un elemento corrector e indicativo en la evolución de precios y otros aspectos de gasto, con el fin último de contribuir a una ordenada convivencia. El Estado ha de asumir costes para generar ingresos, nada mas simple ni mas complejo, y ejercer de catalizador de gasto para favorecer el equilibrio social.

Para ello ha de ser cierta la consolidación de un parque público de vivienda social suficiente, fomentando el alquiler, para dar respuesta a las familias con escasos recursos. Y no solo por necesidad, huyamos de alarmismos, pues la sociedad en general, y quienes la integramos somos demandantes y consumidores de muy distintos recursos púbicos. Un Estado que se precie promueve que sus ciudadanos puedan disponer de servicios, medios e infraestructura de todo índole para su uso, y qué señal mas repetida, cual es que quienes con pocos recursos cuentan, pocos servicios e infraestructuras utilizan. Pensemos que las balanzas cobran sentido en su uso cuando se busca el equilibrio en la señal de su fiel.

En otro orden, puede valorarse además de esa necesidad de vivienda pública y social también las condiciones tanto de adjudicación, uso, revisión del derecho a su uso, incluso la oportunidad de diseñar una política de ubicación compensada a fin de evitar la calificación de las zonas, como a los propios habitantes, sabiendo que esta posición no es fácil de interpretar. Al tiempo pocos objetivos habría tan nobles como tratar de integrar y normalizar en lo posible a la población en general, con gestos de generosidad hacia quienes por razones diversas encuentran pocas rampas y si muchos escalones y obstáculos para conseguir una vida digna, de verdad.

Luciano Cabrera Gil

 

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‘Caminata a la lucha y la reivindicación’, por Francisco Carrillo

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'Caminata a la lucha y la reivindicación', por Francisco Carrillo

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar (Antonio Machado)

Aunque ya lleva un corto camino recorrido, el jueves noche, en claro acuerdo con la luna llena, la plataforma “Unidos por el Agua” escenificó su primer acto tras su legal constitución. Al atardecer de El Viso, aunando el sol poniente y la luna naciente, se congregaron un par cumplido de cientos de personas de toda edad, condición y procedencia en extramuros para una caminata. La aspiración era clara y sencilla: dar visibilidad a la plataforma, hacer ejercicio sano, comer un bocadillo en comunión reivindicativa y disfrutar de nuestro cielo con una luna espectacular.

Y el destino de ella, como todas las cosas importantes de la vida, sin nombrarlo, era la razón de nuestra procesión de zapatilla y mochila. Su nombre reverbera, una y otra vez, en las conversaciones de Los Pedroches y, supongo, el Guadiato: La Colada. El pantano olvidado, rescatado de ese pozo para intentar convertirlo en lugar emblemático de disfrute de la naturaleza y al que la realidad, que todos conocíamos y nadie quería reconocer, lo empujó a la sima del oprobio público: su agua está contaminada, incompatible en parte con la vida.

Pero aún así, anoche a su vera, en una orilla oscura como nuestro futuro, aún así, esa agua está salvando al norte de la provincia. Y de alguna forma a sus representantes, pues si la suerte de la Colada hubiera sido la misma que Sierra Boyera, se podría asegurar que los centenares de anoche serían miles muy cumplidos. Quizá coléricos. Quizá envalentonados con el arrojo del que nada más tiene para perder.

Ayer salía la noticia de que Andalucía aún tiene 4500 millones de euros de fondos europeos sin ejecutar. Si esto es así, se me ocurre de primeras un par de actuaciones imprescindibles, urgentes y justas en los Pedroches y Guadiato. Tenemos una ruina encima y, aunque el dinero no la pueda reparar en su totalidad, si puede ayudar a que sea, al menos, soportable.

Hago desde aquí un ruego a todos nuestros representantes políticos para reunirse ya, armarse de buena voluntad y hacer, de una buena vez, algo por una tierra secularmente olvidada y castigada.

Por favor.

Francisco Carrillo Regalón

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‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero

“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”

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Naranjo, naranja

El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.

El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.

El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.

Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.

La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.

El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.

El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:

Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.

Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?

Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.

Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?

Pero no.

El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.

Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.

Juan Ferrero

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‘Suben las gasolineras y baja el servicio’, por Juan Ferrero

“Los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente”

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'Suben las gasolineras y baja el servicio', por Juan Ferrero

A veces, puede comprobarse lo fácil que le resulta a las clases dominantes conducir a la masa popular sin que esta proteste lo más mínimo.

Estamos quejándonos constantemente de la carestía de la vida por todas partes y luego llegamos a la gasolinera y le decimos a los empleados que sirven en los surtidores que se quiten de allí y se vayan al paro, que ese trabajo lo vamos a realizar nosotros de modo gratuito.

El asalariado, al que le habrán exigido al menos un cursillo o jornadas para que lleve en cuenta las más elementales normas a la hora de manipular sustancias inflamables y, por lo tanto, peligrosas, se marchará a engrosar la lista del paro, mientras nosotros nos bajamos del vehículo y, “generosamente”, tomamos el surtidor sin tener en cuenta los perjuicios que eso puede acarrearnos. Unas manchas en la indumentaria, por ejemplo, inutilizarían nuestras prendas de vestir. ¿Y quién pagaría eso?  En ocasiones, ni el dinero solucionaría el problema, como el caso en que las circunstancias y el tiempo, en pleno viaje, no permitiera el cambio de indumentaria; por no citar descuidos propios o con elementos y personas de acompañamiento o ajenas que se hallen junto a los mismos surtidores.

Resumiendo: los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente. Porque, que nos conste, ni sindicatos, ni partidos, ni Ministerio de Consumo, ni el público en general dicen o hacen algo al respecto.

En  la vida cotidiana pueden darse abusos frente a los cuales poco puede hacer el individuo solo. Pero no es este el caso porque, por fortuna, aún existen gasolineras atendidas por sus empleados, y yo, mientras  sea posible, únicamente acudiré a estas (subrayo lo de “sea posible” ya que tampoco es caso de quedarse en la carretera sin carburante por no pararse en la gasolinera de autoservicio). Pero una cosa no quita la otra; todo es cuestión de prever y calcular.

Juan Ferrero

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