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‘El pueblo de los dedos secos’, por Juan Ferrero

A veces, nos cuentan hechos y sucesos extraordinarios que nos parecen imposibles.

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El pueblo de los dedos secos

A veces, nos cuentan hechos y sucesos extraordinarios que nos parecen imposibles. Pero si esos hechos los vivimos y presenciamos, no podemos negarlos, aunque nos resulten inexplicables.

Hace unos cuantos años, un grupo de docentes fuimos liberados de dar clases por la Administración durante un curso, con el fin de dedicarnos al estudio lingüístico de ciertos pueblos y zonas: vocabulario, peculiaridades, estructuras gramaticales, giros fonéticos, afinidades con otras zonas, etc.  Nuestro equipo fue destinado a Villacalabaza, un pueblo pequeño y algo aislado, aunque este último aspecto se iba a paliar con la construcción de una carretera de carácter nacional que transcurriría por las cercanías.

La corporación municipal tenía puestas muchas esperanzas en esta vía de comunicación, ya que permitiría la explotación turística de un conjunto de monasterios de siglos pasados y el trazado de varias rutas de senderismo para disfrutar de una naturaleza bastante bien conservada.

El alcalde, no obstante, le traía sin sueño un asunto: la falta de civismo de una parte de sus convecinos respecto a la limpieza callejera. Por más bandos y ordenanzas sancionadoras para intentar que la gente no tirara desperdicios en las calles y en el entorno del pueblo, no conseguía que los habitantes de Villacalabaza se concienciaran de la necesidad de mantenerla limpia, sobre todo al acercarse la previsible llegada  de forasteros. En sus charlas de cada día con unos y otros mostraba su preocupación; pero nada, todo inútil. Se continuaba tirando en la calle plásticos, botellas, latas, papeles…Y en las orillas de carreteras y caminos yacían los más variados restos de muebles, electrodomésticos y toda clase de deshechos e inmundicias, a pesar de la existencia de papeleras y contenedores específicos.

El alcalde, para solucionar el problema, se presentó en la Diputación y expuso su preocupación. Los técnicos del organismo provincial se tomaron en serio este asunto y planificaron todo un programa de concienciación ciudadana que bajo la expresión “La limpieza de mi pueblo es mi limpieza” decidieron aplicar en Villacalabaza, a modo de experimento piloto. Como consecuencia de ello, aparecieron en el pueblo, de la noche a la mañana toda una pléyade de psicólogos, pedagogos, especialista en modificación de conducta, orientadores sociales, integradores, monitores, sociólogos, así como los correspondientes colaboradores y técnicos de los aparatos audiovisuales a utilizar. Se organizaron sesiones en horario lectivo para niños y, por la tarde, para  adultos. Previamente el Ayuntamiento había contratado personal para limpiar el pueblo y sus alrededores.

Pronto apareció el primer problema: los adultos no acudían a la convocatoria. A alguien se le ocurrió ofrece vino y sardinas asadas al final de la sesiones. Y, efectivamente, la asistencia se hizo entonces masiva. Sin embargo, transcurridos tres meses de actuación de estos equipos especializados, la suciedad volvió a imperar por doquier.

El alcalde, totalmente desanimado y  a punto de tirar la toalla, convocó a los responsables de cada grupo de especialistas y les pidió una valoración. Tras la puesta en común se llegó a la conclusión de que eran varias las causas que condicionaban la irresponsable conducta de una buena parte de los vecinos:

  • traumas habidos en sus infancias
  • destructuración familiar
  • marginación social
  • frustraciones motivadas al comparar sus vidas con los modelos que triunfan popularmente
  • autoestima de bajísimo grado.
  • rechazo patológico a cualquier norma social establecida con sentido común
  • el fracaso en la liga de su equipo de fútbol favorito

Y así una larga lista.

Luego, los expertos se metieron en un debate de altos vuelos hasta que el alcalde, viendo que aquello no tenía arreglo, levantó la sesión.

Al día siguiente, cuando más desanimado se encontraba en su despacho del Ayuntamiento, le visitó un inmigrante de origen africano y le propuso un sorprendente pacto: Le comentó que, como chamán que era allá en su tierra, África, poseía poderes ocultos con los que solucionar el problema, logrando así el comportamiento correcto de los vecinos; el alcalde, a cambio, tenía que prometerle que le arreglaría los papeles  a su cuñado, inmigrante también, y colocarlo en el Ayuntamiento.  El alcalde pensó que aquel individuo era un simple charlatán; pero le preguntó cómo lograría que el pueblo se mantuviera limpio. La contestación fue todavía más sorprendente: Se trataba de repartir por las casas una hoja en la que anunciara que  cada vez que alguien tirara indebidamente un desperdicio fuera de su vivienda, se le secaría un dedo de las manos. Tras la propuesta, el alcalde rectificó su opinión, pensando que más que charlatán era un completo chiflado, y lo despidió con cierto malhumor.

En la reunión del Pleno siguiente se le ocurrió al alcalde comentar entre los concejales el encuentro con el inmigrante, provocando enseguida todo tipo de comentarios y guasas. El jolgorio se cortó en seco cuando el citado inmigrante se presentó en la sala de Plenos y, después de pedir la palabra, propuso a todos su pacto. Nueva algarabía; y ante la pregunta acerca de cómo conseguiría su objetivo, sólo dijo que era secreto. Finalmente, el alcalde afirmó tajante que nada arriesgaba el Ayuntamiento, aceptando el pacto.

Al día siguiente, alguien repartió las hojas por todas las casas las hojas  en las que se advertía a los vecinos a lo que se exponían si no cumplían con las normas de limpieza urbanística. La nota originó un general revuelo, dando lugar a las más variadas críticas y comentarios, sin que nadie, en definitiva, hiciera caso a la amenaza.

Mas al cabo de unos días, empezaron a acudir al centro de salud pacientes que se quejaban de no tener sensibilidad en algún dedo y de haber perdido su movilidad, sin que los tratamiento de posteriores especialistas médicos pudieran recuperarlos.

El caso saltó a los medios de todo el mundo y Villacalabaza fue noticia durante un  tiempo, conociéndosele en adelante como “el pueblo de los dedos secos”. Eso sí, a partir de entonces se convirtió en el pueblo más limpio sobre la faz de la Tierra. La actuación de aquel brujo o mago, secando los dedos de los que no tenían un comportamiento justo con sus vecinos, curó de raíz todas las patologías psicosociales que antes habían desbordado, sin resultados positivos, a la  insostenible e inmensa colección de expertos, llegados al pueblo para estudiar y modificar la conducta de esa parte de vecinos que causaban injustamente un problema de convivencia. El africano, de la noche a la mañana, había resuelto el problema en el que los especialistas habían fracasado.

Ni que decir tiene que el cuñado del misterioso personaje se acabó jubilando desde un puesto de trabajo en el Ayuntamiento de “los dedos secos”; bueno, de Villacalabaza.

Juan Ferrero

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Cultura

Hablando de presentaciones de libros, de Cultura y de Los Pedroches

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Hablando de presentaciones de libros, de Cultura y de Los Pedroches

Quizás, para la librería 17 Pueblos, todo empezara con aquel encuentro de escritores de Los Pedroches que tuvo lugar en abril de 2015 en Pedroche. Allí, una de las críticas más escuchada era el poco interés a nivel institucional y cultural en Los Pedroches para uno de los pilares fundamentales de la Cultura, los escritores y escritoras de esta tierra. Y tenían razón quienes lo decían, salvo contados casos.

Nueve años después, 17 Pueblos seguimos aportando nuestro granito de arena para evitar este desinterés.

Félix Ángel Moreno Ruiz, escritor de Pozoblanco, ha publicado una nueva novela, “Un crimen de barrio“. Estos días, la ha presentado en tres municipios de Los Pedroches, en Alcaracejos, en Torrecampo y en El Viso, y 17 Pueblos le ha acompañado. Hay que agradecer la disponibilidad de estos ayuntamientos para acoger este tipo de actividad.

Eso sí, de alguna forma habría que dar a entender que una presentación de un libro no es un “charlatán que te quiere vender algo“. Una presentación de un libro es una actividad cultural, donde gente “de la cultura” habla sobre un tema, intercambia impresiones con el público, donde el que va siempre aprende y comparte. No es obligatorio comprar un libro.

Quizás haya que cambiar el concepto, amoldar el continente, para darle más importancia al contenido. Es difícil entender cómo las personas que forman parte de un club de lectura no acuden a estos eventos, es difícil entender que una parte de la gran cantidad de lectores que existen no se interesen por estos momentos de charla literaria. Algo falla y algo debemos hacer todos por remediarlo.

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‘Caminata a la lucha y la reivindicación’, por Francisco Carrillo

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'Caminata a la lucha y la reivindicación', por Francisco Carrillo

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar (Antonio Machado)

Aunque ya lleva un corto camino recorrido, el jueves noche, en claro acuerdo con la luna llena, la plataforma “Unidos por el Agua” escenificó su primer acto tras su legal constitución. Al atardecer de El Viso, aunando el sol poniente y la luna naciente, se congregaron un par cumplido de cientos de personas de toda edad, condición y procedencia en extramuros para una caminata. La aspiración era clara y sencilla: dar visibilidad a la plataforma, hacer ejercicio sano, comer un bocadillo en comunión reivindicativa y disfrutar de nuestro cielo con una luna espectacular.

Y el destino de ella, como todas las cosas importantes de la vida, sin nombrarlo, era la razón de nuestra procesión de zapatilla y mochila. Su nombre reverbera, una y otra vez, en las conversaciones de Los Pedroches y, supongo, el Guadiato: La Colada. El pantano olvidado, rescatado de ese pozo para intentar convertirlo en lugar emblemático de disfrute de la naturaleza y al que la realidad, que todos conocíamos y nadie quería reconocer, lo empujó a la sima del oprobio público: su agua está contaminada, incompatible en parte con la vida.

Pero aún así, anoche a su vera, en una orilla oscura como nuestro futuro, aún así, esa agua está salvando al norte de la provincia. Y de alguna forma a sus representantes, pues si la suerte de la Colada hubiera sido la misma que Sierra Boyera, se podría asegurar que los centenares de anoche serían miles muy cumplidos. Quizá coléricos. Quizá envalentonados con el arrojo del que nada más tiene para perder.

Ayer salía la noticia de que Andalucía aún tiene 4500 millones de euros de fondos europeos sin ejecutar. Si esto es así, se me ocurre de primeras un par de actuaciones imprescindibles, urgentes y justas en los Pedroches y Guadiato. Tenemos una ruina encima y, aunque el dinero no la pueda reparar en su totalidad, si puede ayudar a que sea, al menos, soportable.

Hago desde aquí un ruego a todos nuestros representantes políticos para reunirse ya, armarse de buena voluntad y hacer, de una buena vez, algo por una tierra secularmente olvidada y castigada.

Por favor.

Francisco Carrillo Regalón

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‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero

“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”

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Naranjo, naranja

El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.

El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.

El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.

Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.

La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.

El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.

El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:

Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.

Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?

Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.

Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?

Pero no.

El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.

Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.

Juan Ferrero

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