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‘Rebelión contra el sufrimiento’, por Juan Ferrero

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Sufrimiento

Qué sentido tiene que nazca el mosquito si luego se lo comerá la rana, y qué sentido tiene que esta se coma el mosquito si a ella se la comerá la culebra, y qué sentido tiene que la culebra se coma la rana si a ella se la comerá el águila culebrera, y qué sentido tiene que el águila se coma a la culebra si ella acabará muerta por el veneno o por el disparo de un hombre, y qué sentido tiene que el hombre mate al águila si luego él acabará muerto, con su cuerpo pudriéndose en la tierra.

Es como el giro permanente y sin fin de una maquinaria en la cual el ser humano es una pieza más del engranaje.

En esta rueda, los seres vivos (plantas y animales, incluidas las personas), cumplimos nuestra función como verdaderos autómatas. Las generaciones se van sucediendo una tras otra de un modo desesperante y sin objetivo conocido: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Y la rueda de la vida continúa siempre con el mismo esquema.

Quien diseñara o planificara la vida utilizó un elemento como energía indispensable para que funcionara: el dolor o sufrimiento.

Los seres vivos tienen que destrozarse y comerse unos a otros diariamente para sobrevivir. Y eso es sufrimiento y dolor. Incluso aquellos que se encuentran en la cúspide de la pirámide, con pocos o ningún depredador, arrastrarán también su sufrimiento en su paso por el tiempo hasta terminar comidos por los gusanos.

Algunas personas se engañan así mismas con fugaces estados de bienestar. Pero a poco que analicen o empaticen con el resto de seres vivos concluirán que, en  el balance global, la vida es “un valle de lágrimas”.

No sabemos si la vida tiene sentido, pero si lo tiene, lo desconocemos.

Existen religiones que mantienen que todo se debe a un pecado original que cometimos antes de nacer (¿ ?), y que hay que resignarse.

Teólogos, como el jesuita Salvador Freixedo, afirman que nuestro sufrimiento, nuestra maldad, así como las apasionadas exaltaciones colectivas de rivalidad, son absorbidos como una golosina por ciertos “dioses” que las provocan para su disfrute, controlándonos y manipulándonos desde alguna invisible y desconocida dimensión.

En cualquier caso, los humanos deberíamos preguntarnos si podríamos rebelarnos y luchar contra esta situación; si podríamos salir de nuestra pasividad y oponernos de alguna manera al  entorno de dolor que se nos impone.

En este sentido, hacemos el siguiente planteamiento:

Para que haya dolor y sufrimiento tiene que haber un sujeto que lo padezca; pero si no existe tal sujeto, se elimina ese sufrimiento. Sin perros que la padecieran, por ejemplo, no podría darse la rabia canina que causa el dolor en esos animales.

No estamos proponiendo un suicidio colectivo, puesto que la persona está diseñada para que no quiera autodestruirse (aunque, a veces, falle ese diseño); pero sí apuntamos una solución: disminuir los nacimientos progresivamente.

Este asunto hay que contemplarlo de modo universal y con generosidad. Y decimos generosidad porque, como analizamos en otro artículo, la reproducción no se hace por amor, sino por egoísmo de los padres. Debemos pensar que cada vez que traigamos un ser a este mundo viene a sufrir.

Sabemos que es difícil lograr el objetivo completo, pero si en vez de vivir siete mil millones de personas sobre el planeta, como ahora ocurre, se redujera, por ejemplo, a dos mil, cinco mil individuos que se librarían del mal.

En cuanto a las otras especies, no debe pesarnos su extinción. Especie que no existe, sufrimiento eliminado.

Habría que rebelarse contra este tipo de vida que lleva en su esencia el padecimiento de los seres vivos.

Los que no lo ven claro o dudan  que contemplen el mundo tal y como es, y no como quisieran que fuera; que se sacudan los tópicos que les han enseñado y llevan adheridos. Que observen y analicen lo más objetivamente posible al menos el reino animal (incluida la humanidad) y saquen sus propias conclusiones.

Juan Ferrero

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Cultura

Hablando de presentaciones de libros, de Cultura y de Los Pedroches

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Hablando de presentaciones de libros, de Cultura y de Los Pedroches

Quizás, para la librería 17 Pueblos, todo empezara con aquel encuentro de escritores de Los Pedroches que tuvo lugar en abril de 2015 en Pedroche. Allí, una de las críticas más escuchada era el poco interés a nivel institucional y cultural en Los Pedroches para uno de los pilares fundamentales de la Cultura, los escritores y escritoras de esta tierra. Y tenían razón quienes lo decían, salvo contados casos.

Nueve años después, 17 Pueblos seguimos aportando nuestro granito de arena para evitar este desinterés.

Félix Ángel Moreno Ruiz, escritor de Pozoblanco, ha publicado una nueva novela, “Un crimen de barrio“. Estos días, la ha presentado en tres municipios de Los Pedroches, en Alcaracejos, en Torrecampo y en El Viso, y 17 Pueblos le ha acompañado. Hay que agradecer la disponibilidad de estos ayuntamientos para acoger este tipo de actividad.

Eso sí, de alguna forma habría que dar a entender que una presentación de un libro no es un “charlatán que te quiere vender algo“. Una presentación de un libro es una actividad cultural, donde gente “de la cultura” habla sobre un tema, intercambia impresiones con el público, donde el que va siempre aprende y comparte. No es obligatorio comprar un libro.

Quizás haya que cambiar el concepto, amoldar el continente, para darle más importancia al contenido. Es difícil entender cómo las personas que forman parte de un club de lectura no acuden a estos eventos, es difícil entender que una parte de la gran cantidad de lectores que existen no se interesen por estos momentos de charla literaria. Algo falla y algo debemos hacer todos por remediarlo.

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‘Caminata a la lucha y la reivindicación’, por Francisco Carrillo

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'Caminata a la lucha y la reivindicación', por Francisco Carrillo

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar (Antonio Machado)

Aunque ya lleva un corto camino recorrido, el jueves noche, en claro acuerdo con la luna llena, la plataforma “Unidos por el Agua” escenificó su primer acto tras su legal constitución. Al atardecer de El Viso, aunando el sol poniente y la luna naciente, se congregaron un par cumplido de cientos de personas de toda edad, condición y procedencia en extramuros para una caminata. La aspiración era clara y sencilla: dar visibilidad a la plataforma, hacer ejercicio sano, comer un bocadillo en comunión reivindicativa y disfrutar de nuestro cielo con una luna espectacular.

Y el destino de ella, como todas las cosas importantes de la vida, sin nombrarlo, era la razón de nuestra procesión de zapatilla y mochila. Su nombre reverbera, una y otra vez, en las conversaciones de Los Pedroches y, supongo, el Guadiato: La Colada. El pantano olvidado, rescatado de ese pozo para intentar convertirlo en lugar emblemático de disfrute de la naturaleza y al que la realidad, que todos conocíamos y nadie quería reconocer, lo empujó a la sima del oprobio público: su agua está contaminada, incompatible en parte con la vida.

Pero aún así, anoche a su vera, en una orilla oscura como nuestro futuro, aún así, esa agua está salvando al norte de la provincia. Y de alguna forma a sus representantes, pues si la suerte de la Colada hubiera sido la misma que Sierra Boyera, se podría asegurar que los centenares de anoche serían miles muy cumplidos. Quizá coléricos. Quizá envalentonados con el arrojo del que nada más tiene para perder.

Ayer salía la noticia de que Andalucía aún tiene 4500 millones de euros de fondos europeos sin ejecutar. Si esto es así, se me ocurre de primeras un par de actuaciones imprescindibles, urgentes y justas en los Pedroches y Guadiato. Tenemos una ruina encima y, aunque el dinero no la pueda reparar en su totalidad, si puede ayudar a que sea, al menos, soportable.

Hago desde aquí un ruego a todos nuestros representantes políticos para reunirse ya, armarse de buena voluntad y hacer, de una buena vez, algo por una tierra secularmente olvidada y castigada.

Por favor.

Francisco Carrillo Regalón

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‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero

“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”

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Naranjo, naranja

El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.

El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.

El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.

Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.

La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.

El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.

El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:

Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.

Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?

Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.

Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?

Pero no.

El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.

Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.

Juan Ferrero

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