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‘Si la ley lo permite… (sobre comercio y urbanismo)’, por Juan Bautista Carpio Dueñas

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Si un ataque de “sentido común” no lo remedia en el último momento, todo parece indicar que los concejales de Pozoblanco tendrán que votar en los próximos días si aceptan que se cambie el uso establecido por la normativa urbanística local para determinadas parcelas próximas a La Salchi. Todo ello para permitir la edificación de un supermercado Mercadona y, parece ser, una serie de locales anexos. Un centro comercial, para que nos entendamos. Parece claro que se trata de decidir si se admite la petición de una empresa privada para que unos terrenos que están clasificados como de uso residencial pasen a admitir un uso comercial.

Hasta aquí, todo parece bastante claro. Está claro el legítimo interés empresarial, y parece claro que es el Pleno quien tiene que decidir si ese interés particular puede compaginarse con los intereses generales de Pozoblanco. ¿Por qué, entonces, tanta polémica? ¿Por qué desde el Ayuntamiento se plantea como legalmente inevitable acceder a esta petición? ¿Significa eso que si un hostelero solicita que se cambie la norma para poder utilizar como terraza los sábados toda la vía pública estamos obligados a aprobarlo? ¿Si una empresa constructora pide que se cambie la norma para poder edificar cuatro alturas donde sólo se permiten dos deberá el Ayuntamiento cambiar la norma? Vamos a dejarnos de enmarañar y de decir tonterías, que este tema es demasiado importante. Son los 17 concejales electos que forman el Ayuntamiento de Pozoblanco quienes tienen que decidir, libremente y después de contar con la información necesaria y de haber escuchado todas las opiniones, si aceptan o no el cambio de la norma. Y su decisión, sea la que sea, será totalmente legítima, completamente legal.

A pesar de que hace algún tiempo los entonces representantes del PA en el Ayuntamiento de Pozoblanco respondieran a unas declaraciones mías negando la existencia de modelos urbanísticos derivados de la actividad comercial, indudablemente existen. Porque la actividad económica influye de forma muy directa en la conformación de la ciudad moderna.

En las ciudades tradicionales, las actividades económicas podían estar mezcladas en un mismo entorno urbano. No era extraño encontrar en un mismo barrio, incluso en una misma calle, espacios comerciales, artesanales y residenciales. La Revolución Industrial marcó importantes cambios sociales que tuvieron un gran impacto en el urbanismo, en el modelo de ciudad. Las necesidades de los nuevos modelos de producción, con grandes fábricas que atraían a un gran número de trabajadores, dieron lugar a la implantación de industrias en la periferia, ligadas a la antigua ciudad a través de extensos barrios obreros. Comunicaciones, servicios y estructuras viarias fueron lentamente adaptándose a esta nueva realidad. El cambio de modelo económico trajo consigo un cambio en el modelo de ciudad.

Pero ¿qué sucede con el comercio? ¿También el cambio de modelo comercial puede suponer una transformación en nuestro modelo urbanístico? Este es un problema que ha preocupado a los urbanistas fundamentalmente desde la segunda mitad del siglo XX. Resumiendo mucho, podemos decir que en esos momentos la estructura de las ciudades mediterráneas podía dividirse en tres espacios bien definidos: un centro “histórico” en el que el uso residencial convivía con espacios comerciales y “de negocios” cada vez más pujantes; un área urbana de carácter fundamentalmente residencial, con menor concentración comercial; y, finalmente, un extrarradio en el que se localizaba esencialmente la actividad industrial (los polígonos industriales).

Frente a este modelo, en los países anglosajones (y fundamentalmente en los Estados Unidos) se imponían las grandes áreas residenciales en el extrarradio que tan bien conocemos a través del cine y la televisión, y los grandes centros comerciales más allá de la zona residencial. Este modelo, muy diferente al tradicional del área mediterránea, fue colándose en nuestras ciudades por eso de la globalización. Y la transformación de nuestro tradicional modelo urbanístico acarreó nuevos problemas. En primer lugar, la gran dificultad que supone dotar de servicios a estos barrios extensos, alejados y difíciles de comunicar con el centro. Ahí está el problema de las parcelaciones cordobesas, un ejemplo de corrupción en el planeamiento de este nuevo modelo. Pero además, la concentración de los nuevos focos de atracción comercial en el extrarradio comenzó a provocar la despoblación de unos centros históricos que perdían a pasos agigantados su función comercial y de negocios. Perdían, en definitiva, el que hasta entonces había sido su motor, su propia razón de ser.

Para hacer frente a este segundo problema, en nuestras ciudades se comenzaron a buscar soluciones imaginativas. Una de las más interesantes es, sin duda, la creación de los Centros Comerciales Abiertos. Se partía del reconocimiento de que los avances sociales han provocado unos cambios en los hábitos de consumo contra los que resulta inútil luchar: queremos encontrarlo todo concentrado en un mismo espacio. Por ello, se intenta reproducir en el centro histórico, en la zona comercial tradicional, el modelo de centro comercial con servicios comunes, espacios comerciales y de ocio en un entorno agradable y más acorde con nuestra cultura y nuestra climatología. Teniendo en cuenta la configuración general de nuestras ciudades históricas, con calles generalmente estrechas y retorcidas, esta recuperación del centro basada en el comercio suele acompañarse de la peatonalización de diferentes áreas. Volviendo al ejemplo cordobés, se comenzó con parte de la Avenida del Gran Capitán y el eje Gondomar – Concepción, para continuar más recientemente con el área de Las Tendillas y la calle Cruz Conde. De forma que hoy, a pesar de la existencia de grandes centros comerciales en el extrarradio, el centro comercial de Córdoba está mucho más vivo que hace un par de décadas, cuando se encontraba en franca decadencia.

Y ¿qué tiene esto que ver con el caso de Pozoblanco? En mi opinión, mucho. En Pozoblanco tenemos una normativa urbanística que, en líneas generales, defiende el modelo que podemos llamar “mediterráneo”. Las áreas comerciales están planificadas junto a las residenciales, y se pretende potenciar el Centro Comercial Abierto. Lo que ahora solicita una empresa privada es que nuestro Ayuntamiento modifique parte de nuestro planeamiento urbanístico para permitir el uso comercial de un espacio que la norma dice que debe ser residencial. Una pretensión totalmente legítima, a la que nuestros representantes en el Ayuntamiento deben responder. Porque lo que nos piden no es que concedamos una licencia conforme a derecho. Lo que nos piden, repito que legítimamente, es que cambiemos la norma para que ellos puedan establecer en la zona de La Salchi un centro comercial. Y eso supone un cambio en nuestro modelo no sólo comercial, sino también urbanístico. Algo que tenemos que pensar bien, informarnos de los pros (que los hay) y los contras (que también los hay) y adoptar una decisión que, en cualquiera de los casos, tendrá unas consecuencias muy importantes. Sobre todo en el caso de acceder a modificar la norma, porque provocará unos cambios irreversibles en nuestro pueblo. Sin posibilidad de vuelta atrás.

En Pozoblanco no tenemos capacidad para crear y mantener dos grandes focos de atracción comercial, como serían el nuevo centro comercial de La Salchi y el área Mercado – Calle Mayor. ¿O es que pensamos que podremos realizar en el centro, antes de que sea tarde y el comercio haya huido hacia el norte, una actuación de la envergadura de la puesta en marcha en el centro de Córdoba en los últimos 20 años? No es que sea una ilusión; es que es impensable. La implantación de un centro comercial en el norte de la población tendría unos efectos muy negativos en el centro para los que, en su caso, habría que ir buscando soluciones. Y es el Pleno del Ayuntamiento de Pozoblanco quien está capacitado para decidir. Es el Pleno quien debe decidir si acepta o no cambiar nuestra norma para permitir el uso comercial de esas parcelas. Intentar esconderse detrás de argumentos supuestamente legales no es más que engañar de forma muy poco transparente a la ciudadanía. Porque es tanto como admitir que los legítimos intereses de una empresa privada son los que gobiernan nuestro pueblo.

Personalmente, estoy en contra de esta modificación de uso del suelo que, además de todo lo dicho, volvería a impulsar el desarrollo de la parte de nuestro pueblo que siempre ha sido más favorecida, en detrimento de otros barrios casi siempre abandonados a su suerte y del propio centro histórico y comercial. Pero reconozco que si tuviera que votar en el próximo pleno necesitaría más información, escuchar más opiniones, pensarlo más. No sólo porque esta actuación podría crear puestos de trabajo, o afianzar la situación de Pozoblanco como centro comarcal, sino también porque creo que hay que responder de la mejor forma posible a las necesidades de una empresa afincada en nuestra localidad. Eso sí: hay que buscar la mejor forma… que muy posiblemente no sea esta. Y, sobre todo, dejándonos de engaños y olvidando esa frase de que tenemos que votarlo, y hacerlo afirmativamente, porque la ley lo permite. No es cierto que tengamos que justificar legalmente el posible cambio de la norma; lo que sí tendríamos que justificar con mucho cuidado es la decisión de cambiar los usos del suelo a instancias de un particular. Seamos serios y reflexionemos porque es mucho lo que nos jugamos todos.

 Juan Bautista Carpio Dueñas

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Cultura

Hablando de presentaciones de libros, de Cultura y de Los Pedroches

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Hablando de presentaciones de libros, de Cultura y de Los Pedroches

Quizás, para la librería 17 Pueblos, todo empezara con aquel encuentro de escritores de Los Pedroches que tuvo lugar en abril de 2015 en Pedroche. Allí, una de las críticas más escuchada era el poco interés a nivel institucional y cultural en Los Pedroches para uno de los pilares fundamentales de la Cultura, los escritores y escritoras de esta tierra. Y tenían razón quienes lo decían, salvo contados casos.

Nueve años después, 17 Pueblos seguimos aportando nuestro granito de arena para evitar este desinterés.

Félix Ángel Moreno Ruiz, escritor de Pozoblanco, ha publicado una nueva novela, “Un crimen de barrio“. Estos días, la ha presentado en tres municipios de Los Pedroches, en Alcaracejos, en Torrecampo y en El Viso, y 17 Pueblos le ha acompañado. Hay que agradecer la disponibilidad de estos ayuntamientos para acoger este tipo de actividad.

Eso sí, de alguna forma habría que dar a entender que una presentación de un libro no es un “charlatán que te quiere vender algo“. Una presentación de un libro es una actividad cultural, donde gente “de la cultura” habla sobre un tema, intercambia impresiones con el público, donde el que va siempre aprende y comparte. No es obligatorio comprar un libro.

Quizás haya que cambiar el concepto, amoldar el continente, para darle más importancia al contenido. Es difícil entender cómo las personas que forman parte de un club de lectura no acuden a estos eventos, es difícil entender que una parte de la gran cantidad de lectores que existen no se interesen por estos momentos de charla literaria. Algo falla y algo debemos hacer todos por remediarlo.

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‘Caminata a la lucha y la reivindicación’, por Francisco Carrillo

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'Caminata a la lucha y la reivindicación', por Francisco Carrillo

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar (Antonio Machado)

Aunque ya lleva un corto camino recorrido, el jueves noche, en claro acuerdo con la luna llena, la plataforma “Unidos por el Agua” escenificó su primer acto tras su legal constitución. Al atardecer de El Viso, aunando el sol poniente y la luna naciente, se congregaron un par cumplido de cientos de personas de toda edad, condición y procedencia en extramuros para una caminata. La aspiración era clara y sencilla: dar visibilidad a la plataforma, hacer ejercicio sano, comer un bocadillo en comunión reivindicativa y disfrutar de nuestro cielo con una luna espectacular.

Y el destino de ella, como todas las cosas importantes de la vida, sin nombrarlo, era la razón de nuestra procesión de zapatilla y mochila. Su nombre reverbera, una y otra vez, en las conversaciones de Los Pedroches y, supongo, el Guadiato: La Colada. El pantano olvidado, rescatado de ese pozo para intentar convertirlo en lugar emblemático de disfrute de la naturaleza y al que la realidad, que todos conocíamos y nadie quería reconocer, lo empujó a la sima del oprobio público: su agua está contaminada, incompatible en parte con la vida.

Pero aún así, anoche a su vera, en una orilla oscura como nuestro futuro, aún así, esa agua está salvando al norte de la provincia. Y de alguna forma a sus representantes, pues si la suerte de la Colada hubiera sido la misma que Sierra Boyera, se podría asegurar que los centenares de anoche serían miles muy cumplidos. Quizá coléricos. Quizá envalentonados con el arrojo del que nada más tiene para perder.

Ayer salía la noticia de que Andalucía aún tiene 4500 millones de euros de fondos europeos sin ejecutar. Si esto es así, se me ocurre de primeras un par de actuaciones imprescindibles, urgentes y justas en los Pedroches y Guadiato. Tenemos una ruina encima y, aunque el dinero no la pueda reparar en su totalidad, si puede ayudar a que sea, al menos, soportable.

Hago desde aquí un ruego a todos nuestros representantes políticos para reunirse ya, armarse de buena voluntad y hacer, de una buena vez, algo por una tierra secularmente olvidada y castigada.

Por favor.

Francisco Carrillo Regalón

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‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero

“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”

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Naranjo, naranja

El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.

El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.

El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.

Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.

La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.

El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.

El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:

Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.

Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?

Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.

Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?

Pero no.

El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.

Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.

Juan Ferrero

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