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‘La prostitución’ (1/3), por Juan Ferrero

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En nuestra cultura occidental y cristiana, la prostitución viene siendo algo marginal y despreciado. Nos obstante, cada vez con más frecuencia se cuestiona la actitud que ha de adoptar la sociedad con esta actividad, resumiéndose en dos tendencias: la abolición y la regulación.

Los abolicionistas (como los movimientos feministas) mantienen que la prostitución es un acto de violencia contra la mujer, donde, además, es explotada por chulos y las mafias, incluidas las jóvenes menores de edad.

Los partidarios de la regulación sostienen que, puesto que la prostitución es algo que siempre ha existido y existirá, lo mejor es regularla, convirtiéndola en una profesión más con derechos y deberes sociales.

Así el asunto y apartando a las religiones para las cuales las relaciones sexuales fuera de la finalidad reproductiva son un pecado, cabe hacerse preguntas como ¿Es buena o mala la prostitución? ¿Debe eliminarse?  ¿Habría que acabar, por ejemplo, con las minas porque en algunas se obligue a trabajar  a niños y mujeres; no sería el mismo caso con la prostitución?  ¿Habría que multar  -como está establecido en Suecia- al cliente y no a la prostituta? ¿No es la mujer libre de ejercer con su cuerpo la actividad que quiera, como ocurre en otras profesiones?  ¿No sería más beneficiosa su regulación, con las consiguientes ventajas como la eliminación de delincuentes, las garantías sanitarias y el pago de impuestos, la estima social…?

En fin, con el debate así planteado, me voy a permitir dar unas notas, enfocando el asunto desde tres puntos distintos y de acuerdo con nuestra condición humana:

1.- Lo que nos puede dictar la Razón

2.-Lo que nos puede dictar la Costumbre

3.-Lo que nos puede dicta la Hipocresía


LO QUE NOS PUEDE DICTAR LA RAZÓN

 

LA  FURCIA

La mujer, rodeada de aquella masa humana, apenas podía caminar. Los golpes, los insultos, los salivazos y las burlas llovían constantemente sobre su vacilante cuerpo y, si caía, era levantada a puntapiés. Los pequeños dioses animaban a la multitud para que continuase el despiadado castigo sobre la indefensa víctima.

Pasaba por allí el padre Eterno y, atraído por el alboroto, se acercó.

“¡El padre Eterno!”, exclamaron interiormente a su presencia.

Inmovilidad. Silencio. Expectación.

Él avanzó lentamente por el pasillo que le fueron dejando, hasta llegar a la mujer. Esta se incorporó temblando y clavó la mirada en el suelo. Los pequeños dioses montaron enseguida la primera fila.

– ¿Por qué despreciáis a esta mujer?

– Es una ramera, Padre Eterno –se apresuraron a responder los pequeños dioses con intención de ganar méritos.

– Mujer, ¿has cometido adulterio en desacuerdo con tu marido?

– No tengo marido, Padre Eterno.

– ¿Por qué despreciáis a esta mujer?

De nuevo tomó la palabra uno de los pequeños dioses:

– Es una prostituta. Tenemos que acabar con todo aquello que atente contra la pureza de nuestras costumbres. De este modo el Pueblo será obediente y fiel.

– ¡Apartaos de mí, falsos e hipócritas, que confundís al Pueblo para vuestro provecho!- Luego se dirigió a la multitud:- ¿Qué daño ha hecho esta mujer?

– ¡Los solteros pierden la cabeza por ella y nuestros maridos, además, nos engañan!

Un griterío de asentimiento acompañó a la respuesta. El padre Eterno alzó los brazos solemnemente en señal de silencio.

– ¿Quién de vosotros, cuando se corta con un cuchillo, decide eliminar esa herramienta? O ¿quién resuelve acabar con los medicamentos porque un inconsecuente se intoxique con ellos? ¿Acaso podría declararse culpable al cuchillo o a los medicamentos por el daño que cometiera el que los utilizara? Pues igual el sexo.

– ¡Pero esta hija de perra utiliza el sexo como una profesión! ¡Vende su cuerpo por dinero!

Otra vez el griterío.

Conseguido el silencio, el padre Eterno habló:

– Yo os digo: No hay miembros u órganos más dignos que otros. Todos forman parte de la persona. Y aquel de vosotros que no haya puesto sus manos, sus pies, su boca, sus ojos, incluso su inteligencia, voluntad, libertad o todo su ser al servicio de otro por dinero, que lance el primer desprecio.

Esta proposición los dejó sorprendidos y mudos, y uno tras otro fueron retirándose, comenzando por los más ancianos.

El Padre Eterno y la furcia quedaron solos.

– Mujer, ¿ninguno te ha despreciado?

– Ninguno, Padre Eterno.

– Pues yo tampoco te desprecio. Vete y no peques.

 

Juan Ferrero


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‘Caminata a la lucha y la reivindicación’, por Francisco Carrillo

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'Caminata a la lucha y la reivindicación', por Francisco Carrillo

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar (Antonio Machado)

Aunque ya lleva un corto camino recorrido, el jueves noche, en claro acuerdo con la luna llena, la plataforma “Unidos por el Agua” escenificó su primer acto tras su legal constitución. Al atardecer de El Viso, aunando el sol poniente y la luna naciente, se congregaron un par cumplido de cientos de personas de toda edad, condición y procedencia en extramuros para una caminata. La aspiración era clara y sencilla: dar visibilidad a la plataforma, hacer ejercicio sano, comer un bocadillo en comunión reivindicativa y disfrutar de nuestro cielo con una luna espectacular.

Y el destino de ella, como todas las cosas importantes de la vida, sin nombrarlo, era la razón de nuestra procesión de zapatilla y mochila. Su nombre reverbera, una y otra vez, en las conversaciones de Los Pedroches y, supongo, el Guadiato: La Colada. El pantano olvidado, rescatado de ese pozo para intentar convertirlo en lugar emblemático de disfrute de la naturaleza y al que la realidad, que todos conocíamos y nadie quería reconocer, lo empujó a la sima del oprobio público: su agua está contaminada, incompatible en parte con la vida.

Pero aún así, anoche a su vera, en una orilla oscura como nuestro futuro, aún así, esa agua está salvando al norte de la provincia. Y de alguna forma a sus representantes, pues si la suerte de la Colada hubiera sido la misma que Sierra Boyera, se podría asegurar que los centenares de anoche serían miles muy cumplidos. Quizá coléricos. Quizá envalentonados con el arrojo del que nada más tiene para perder.

Ayer salía la noticia de que Andalucía aún tiene 4500 millones de euros de fondos europeos sin ejecutar. Si esto es así, se me ocurre de primeras un par de actuaciones imprescindibles, urgentes y justas en los Pedroches y Guadiato. Tenemos una ruina encima y, aunque el dinero no la pueda reparar en su totalidad, si puede ayudar a que sea, al menos, soportable.

Hago desde aquí un ruego a todos nuestros representantes políticos para reunirse ya, armarse de buena voluntad y hacer, de una buena vez, algo por una tierra secularmente olvidada y castigada.

Por favor.

Francisco Carrillo Regalón

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‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero

“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”

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Naranjo, naranja

El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.

El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.

El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.

Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.

La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.

El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.

El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:

Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.

Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?

Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.

Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?

Pero no.

El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.

Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.

Juan Ferrero

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‘Suben las gasolineras y baja el servicio’, por Juan Ferrero

“Los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente”

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'Suben las gasolineras y baja el servicio', por Juan Ferrero

A veces, puede comprobarse lo fácil que le resulta a las clases dominantes conducir a la masa popular sin que esta proteste lo más mínimo.

Estamos quejándonos constantemente de la carestía de la vida por todas partes y luego llegamos a la gasolinera y le decimos a los empleados que sirven en los surtidores que se quiten de allí y se vayan al paro, que ese trabajo lo vamos a realizar nosotros de modo gratuito.

El asalariado, al que le habrán exigido al menos un cursillo o jornadas para que lleve en cuenta las más elementales normas a la hora de manipular sustancias inflamables y, por lo tanto, peligrosas, se marchará a engrosar la lista del paro, mientras nosotros nos bajamos del vehículo y, “generosamente”, tomamos el surtidor sin tener en cuenta los perjuicios que eso puede acarrearnos. Unas manchas en la indumentaria, por ejemplo, inutilizarían nuestras prendas de vestir. ¿Y quién pagaría eso?  En ocasiones, ni el dinero solucionaría el problema, como el caso en que las circunstancias y el tiempo, en pleno viaje, no permitiera el cambio de indumentaria; por no citar descuidos propios o con elementos y personas de acompañamiento o ajenas que se hallen junto a los mismos surtidores.

Resumiendo: los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente. Porque, que nos conste, ni sindicatos, ni partidos, ni Ministerio de Consumo, ni el público en general dicen o hacen algo al respecto.

En  la vida cotidiana pueden darse abusos frente a los cuales poco puede hacer el individuo solo. Pero no es este el caso porque, por fortuna, aún existen gasolineras atendidas por sus empleados, y yo, mientras  sea posible, únicamente acudiré a estas (subrayo lo de “sea posible” ya que tampoco es caso de quedarse en la carretera sin carburante por no pararse en la gasolinera de autoservicio). Pero una cosa no quita la otra; todo es cuestión de prever y calcular.

Juan Ferrero

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