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‘Contra el olvido’, por Juan José Pérez Zarco

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El 14 de marzo de 2017, el alcalde de Torrecampo firmaba un decreto que autorizaba “la instalación de una fuente en el parque Ejido, frente a la Residencia Municipal de Mayores, formada por tres piedras de granito de diferentes alturas y colores, de cada una de las cuales manará un borbotón de agua. A la izquierda de la fuente se instalará un panel explicativo con la traducción del texto que reza en la cruz de Florián Andújar García en el cementerio de Morette y unas estrofas del poema de José Ángel Valente sobre el citado cementerio”. Recordemos que Florián Andújar García (Torrecampo, 4 de mayo de 1912), fue un soldado republicano que marchó al exilio en 1939 y se unió a la Resistencia francesa, con la que participó en la batalla de Glières, donde murió el 27 de marzo de 1944.

Una semana después de firmar el citado decreto, y alegando razones espurias, el alcalde interrumpió los trabajos de instalación de la fuente y de los paneles. La fuente, prácticamente terminada, ha permanecido levantada durante un año en el lugar elegido hasta que ayer, 8 de marzo, operarios a cargo del Ayuntamiento la desmantelaron.

No sé qué pensará o sentirá el alcalde. ¿Estará orgulloso de su decisión? ¿Se jactará de haber hecho desaparecer un testimonio en piedra que guardaba memoria de quien murió defendiendo la democracia? ¿Tendrá problemas de conciencia por agraviar así a los familiares? ¿A los vecinos que apoyaban el proyecto? ¿Por practicar el donde dije digo digo Diego?

No voy a ocultar la punzada de dolor y cabreo que sentía cada vez que pasaba por el parque y veía la fuente sin acabar. Sólo me consolaba pensar que todos los vecinos de Torrecampo, al pasar junto a ellas, sabían por qué —por quién— estaban allí aquellas tres piedras, y quién había decidido que de ellas no manara el agua de la memoria.

Ayer, al acercarme al parque y comprobar el desaguisado, se me hizo un nudo en la garganta.

Los antiguos romanos —me ha iluminado un buen amigo— se valían de la damnatio memoriae, la destrucción de todo lo que recordaba al emperador muerto y caído en desgracia. Efectivamente, la alcaldía de Torrecampo ha actuado como el Senado romano cuando condenaba la memoria de un enemigo de Roma y mandaba destruir sus monumentos e imágenes y borrar su nombre de las inscripciones, como cuando Stalin ordenaba quitar de las fotografías a sus adversarios en su intento de reescribir un pasado que no fue.

Lo que ignoran quienes han apoyado tal eliminación es que con ella están convirtiendo en héroe a Florián Andújar García, pues solo a un héroe, a un personaje influyente, a un emperador, se aplicaba semejante condena. No hay damnatio memoriae para un anónimo jornalero de Torrecampo, uno de tantos, como no la había en Roma para un simple ciudadano, sino para el Florián Andújar muerto a manos de los nazis por defender la democracia y considerado héroe nacional por la República Francesa.

¿A un héroe de la Résistance que luchó contra Hitler pretenden borrar de la historia?

Después de un decreto de la alcaldía que consta en los archivos municipales; después del ruido mediático del año pasado tras la suspensión del homenaje —ruedas de prensa, comunicados, crónicas, declaraciones e informaciones en radio, prensa escrita y televisión—; después de un libro leído por muchos vecinos de Torrecampo; después del innoble intento de damnatio memoriae, estoy convencido de que el nombre y el ejemplo de Florián Andújar García seguirán durante mucho tiempo vivos en la memoria de sus vecinos.

Juan José Pérez Zarco

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Estado actual de la fuente

recordado a Florián Andújar García en Torrecampo

Fuente, marzo de 2017

 


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‘Caminata a la lucha y la reivindicación’, por Francisco Carrillo

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'Caminata a la lucha y la reivindicación', por Francisco Carrillo

Caminante, no hay camino, se hace camino al andar (Antonio Machado)

Aunque ya lleva un corto camino recorrido, el jueves noche, en claro acuerdo con la luna llena, la plataforma “Unidos por el Agua” escenificó su primer acto tras su legal constitución. Al atardecer de El Viso, aunando el sol poniente y la luna naciente, se congregaron un par cumplido de cientos de personas de toda edad, condición y procedencia en extramuros para una caminata. La aspiración era clara y sencilla: dar visibilidad a la plataforma, hacer ejercicio sano, comer un bocadillo en comunión reivindicativa y disfrutar de nuestro cielo con una luna espectacular.

Y el destino de ella, como todas las cosas importantes de la vida, sin nombrarlo, era la razón de nuestra procesión de zapatilla y mochila. Su nombre reverbera, una y otra vez, en las conversaciones de Los Pedroches y, supongo, el Guadiato: La Colada. El pantano olvidado, rescatado de ese pozo para intentar convertirlo en lugar emblemático de disfrute de la naturaleza y al que la realidad, que todos conocíamos y nadie quería reconocer, lo empujó a la sima del oprobio público: su agua está contaminada, incompatible en parte con la vida.

Pero aún así, anoche a su vera, en una orilla oscura como nuestro futuro, aún así, esa agua está salvando al norte de la provincia. Y de alguna forma a sus representantes, pues si la suerte de la Colada hubiera sido la misma que Sierra Boyera, se podría asegurar que los centenares de anoche serían miles muy cumplidos. Quizá coléricos. Quizá envalentonados con el arrojo del que nada más tiene para perder.

Ayer salía la noticia de que Andalucía aún tiene 4500 millones de euros de fondos europeos sin ejecutar. Si esto es así, se me ocurre de primeras un par de actuaciones imprescindibles, urgentes y justas en los Pedroches y Guadiato. Tenemos una ruina encima y, aunque el dinero no la pueda reparar en su totalidad, si puede ayudar a que sea, al menos, soportable.

Hago desde aquí un ruego a todos nuestros representantes políticos para reunirse ya, armarse de buena voluntad y hacer, de una buena vez, algo por una tierra secularmente olvidada y castigada.

Por favor.

Francisco Carrillo Regalón

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‘La moral de las naranjas’, por Juan Ferrero

“Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende”

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Naranjo, naranja

El pueblo es pequeño, pero tiene una plaza cuadrangular, amplia, rodeada en su interior por alegres naranjos, así como en todas las calles que a ella afluyen. Anualmente, el Ayuntamiento recolecta la dulce fruta y las invierte en algún objetivo municipal. Esta temporada, tras un referendo entre sus vecinos, se ha acordado por unanimidad, y así se ha recogido en un decreto de la Alcaldía, que el dinero conseguido con la venta de las naranjas irá a amortizar todo o parte de la colocación en el centro de la plaza de una fuente que la embellezca aún más.

El decreto se toma como ley y quien la incumpla será multado.

El hombre que atiende el quiosco de la plaza es persona honrada, de principios cívicos, y ve acertado el proyecto al que los vecinos se han comprometido.

Mas pasando el tiempo, observa que algunos vecinos, incumpliendo el compromiso contraído, van cogiendo naranjas para su beneficio particular.

La cogida de naranjas, poco a poco se va haciendo generalizada.

El hombre del quiosco comprueba, primero sorprendido y después indignado, cómo las naranjas van desapareciendo sin que ninguna autoridad haga algo para evitarlo. Es cierto que la policía municipal ha tomado algunos nombres para justificarse y enviado las correspondientes denuncias; pero luego el Alcalde no las tramita ni les da curso, porque cada vecino multado supondría la pérdida de votos de una familia en las próximas elecciones locales.

El quiosquero, sentado en el interior de su habitáculo, mira a la plaza y reflexiona:

Tomar una naranja del árbol no es moralmente ni bueno ni malo, depende de las circunstancias y las circunstancias son que de forma democrática y por unanimidad los vecinos se comprometieron a no coger naranjas para provecho propio y particular. El Alcalde este acuerdo lo hizo ley y la ley es necesario cumplirla y quien así no lo haga deberá recibir una sanción por el perjuicio producido a la colectividad.

Pero si los vecinos se sirven naranjas cada cual a su aire y el Alcalde no vigila ni sanciona, ¿cómo proceder?

Él es un hombre cumplidor de los acuerdos, que respeta la ley; una persona honrada, y aunque todos obren de modo contrario, tiene que mantenerse fiel a sus principios.

Sin embargo, por otra parte, ¿a quién perjudicaría si él también tomara algunas de las pocas naranjas que aún quedan…?

Pero no.

El quiosquero se entristece al constatar una vez más que en nuestra sociedad las personas decentes siempre salen perdiendo y los que no respetan nada y actúan saltándose las leyes y actuando de modo egoísta en beneficio propio con perjuicio para los demás, son lo que, a la larga, suelen quedar beneficiados.

Y ocurrió que el hombre del quiosco, honrado y cumplidor de las leyes democráticas se quedó sin naranjas y el pueblo se quedó sin fuente en la plaza.

Juan Ferrero

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‘Suben las gasolineras y baja el servicio’, por Juan Ferrero

“Los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente”

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'Suben las gasolineras y baja el servicio', por Juan Ferrero

A veces, puede comprobarse lo fácil que le resulta a las clases dominantes conducir a la masa popular sin que esta proteste lo más mínimo.

Estamos quejándonos constantemente de la carestía de la vida por todas partes y luego llegamos a la gasolinera y le decimos a los empleados que sirven en los surtidores que se quiten de allí y se vayan al paro, que ese trabajo lo vamos a realizar nosotros de modo gratuito.

El asalariado, al que le habrán exigido al menos un cursillo o jornadas para que lleve en cuenta las más elementales normas a la hora de manipular sustancias inflamables y, por lo tanto, peligrosas, se marchará a engrosar la lista del paro, mientras nosotros nos bajamos del vehículo y, “generosamente”, tomamos el surtidor sin tener en cuenta los perjuicios que eso puede acarrearnos. Unas manchas en la indumentaria, por ejemplo, inutilizarían nuestras prendas de vestir. ¿Y quién pagaría eso?  En ocasiones, ni el dinero solucionaría el problema, como el caso en que las circunstancias y el tiempo, en pleno viaje, no permitiera el cambio de indumentaria; por no citar descuidos propios o con elementos y personas de acompañamiento o ajenas que se hallen junto a los mismos surtidores.

Resumiendo: los empleados, despedidos; los usuarios, haciendo gratis el trabajo de estos; y el empresario, tan complaciente. Porque, que nos conste, ni sindicatos, ni partidos, ni Ministerio de Consumo, ni el público en general dicen o hacen algo al respecto.

En  la vida cotidiana pueden darse abusos frente a los cuales poco puede hacer el individuo solo. Pero no es este el caso porque, por fortuna, aún existen gasolineras atendidas por sus empleados, y yo, mientras  sea posible, únicamente acudiré a estas (subrayo lo de “sea posible” ya que tampoco es caso de quedarse en la carretera sin carburante por no pararse en la gasolinera de autoservicio). Pero una cosa no quita la otra; todo es cuestión de prever y calcular.

Juan Ferrero

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